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CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 8 ZAPATA Y VILLA EN LA CIUDAD DE MÉXICO |
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Presentación Emiliano Zapata y Francisco Villa, dos caudillos revolucionarios de gran arraigo popular durante la Revolución Mexicana, han sido objeto de un sinnúmero de estudios, unos favorables a sus actuaciones y otros menos justos, en donde se intenta involucrarlos con actos de bandidaje. La verdad es una, los dos personajes tomaron en sus manos las más nobles causas de las clases populares y en especial de-los hombres que invierten su fuerza de trabajo en las labores del campo. Sus correrías por los llanos y montañas, con las armas en la mano los llevaron a concienciar a los explotados, sobre la valía que representaba el atreverse a luchar por los derechos de los oprimidos. Es por estas causas que Zapata y Villa han pasado a la historia como lo que siempre fueron: "Líderes populares incorruptibles e inconformes con lo establecido. En esta ocasión hemos querido brindar un homenaje a tan importantes personajes de nuestra patria, poniendo el punto en una de sus correrías, y nos atrevemos a afirmar, en una de las más temerarias como lo fuera la toma de la Ciudad de México, consumada el 26 de noviembre de 1914, por las fuerzas combinadas del Ejército Libertador del Sur comandado por Emiliano Zapata y el de la División del Norte, jefaturada por Pancho Villa. El autor que nos hace recordar esas andanzas es José Grigulevich, especialista soviético sobre temas de nuestra revolución mexicana y sus implicaciones sociales y políticas. El texto fue tomado de una edición publicada por la institución cultural cubana "Casa de las Américas", intitulada: "Pancho Villa" de Jorge Grigulevich. Esperemos que este Cuaderno de Educación y Cultura del S TUNA M, que en su segunda época lleva ya el número ocho, nos sirva para recordar a tan notables arquitectos de una de las edificaciones más importantes con que podemos encontrarnos: la lucha por alcanzar un México más justo para los oprimidos y desposeídos. EL ENCUENTRO DE DOS LÍDERES El 24 de diciembre de 19141as últimas unidades leales a Carranza abandonaron la capital, que por la noche fue ocupada por los zapatistas. La enorme ciudad parecía desierta, casi muerta. Los habitantes, atemorizados, permanecían en sus casas. Los periódicos de la víspera habían aparecido orlados de negro, señal de luto que anticipaba la entrada de Villa y Zapata, el advenimiento de la violencia, el saqueo y el hambre. Zapata apareció de improviso en la ciudad y se dirigió al Palacio Nacional; caminando cauteloso por las blancas alfombras, con sus piernas ahorquilladas de jinete, examinó el despacho del presidente, los salones de fiesta, las inmensas salas de recibo. Contempló en silencio los cuadros y frescos que exhibían las pasadas grandezas de México. El aire del palacio parecía rancio, asfixiante… Zapata designó a su hermano Eufemio comandante del palacio y se apresuró a salir a la calle. Montó su caballo, lo espoleó, y regresó al galope a Morelos. Evidentemente, la capital no le agradaba. También a los hombres de Zapata, que bajaban de las montañas, la ciudad les parecía extraña y chocante. Los enormes edificios, las calles empedradas, las vidrieras de las tiendas, la luz eléctrica; todo allí les producía estupefacción. No tenían dinero, y la intendencia no se preocupaba de ellos. Al salir a la calle se extraviaban en una ciudad semejante a un gigantesco laberinto, y regresar al alojamiento parecía una hazaña irrealizable. Desconcertados y hambrientos, vagaban por las calles de la ciudad; recordaban perfectamente que Zapata les había prohibido so pena de muerte quitar nada a los pobladores. Pero ¿cómo satisfacer hambre y la sed? Y se pudo ver cómo los ¡'saqueadores" y "ladrones", al decir de la prensa reaccionaria, se acercaban con humildad a las puertas, quitándose los inmensos sombreros, y pedían con cortesía a la dueña de casa una galleta. Los habitantes de la capital no podían creer lo que sus ojos veían. Esperaban encontrarse frente a ladrones y asesinos, y hallaban modestos peones que sólo pedían un poco de comida. Sorprendidos y contentos los ciudadanos mostraron una hospitalidad sincera; invitaron a los soldados al interior de los patios (dado que los soldados se negaban a entrar en las casas) donde encendieron fogatas y prepararon comida para los agradecidos huéspedes. El 2 de diciembre por la mañana comenzaron a arribar a la capital los primeros convoyes de soldados de la División del Norte, y por la noche llegó el propio Pancho Villa, que se alojó en el arrabal Tacubaya. Pancho ordenó al subjefe de la división, general Ángeles: -Cuide que nuestros soldados traten con respeto y consideración a la población. Los enemigos nos pintan como bandoleros. Muy bien, les probaremos que nuestros soldados son más disciplinados que los hombres de Díaz y Carranza. Dígales a los soldados que cualquiera que se permita una pillería, no s6lo se cubrirá la verguenza, sino que también me avergonzará a m í y a toda la División. Establezca contacto con Zapata y actúe en todo de acuerdo con él. Cuatro días después, el 6 de diciembre, a las diez de la mañana, Zapata y Villa se encontraron en Xochimilco. Acompañados por algunos de sus hombres. Pancho galopó por las calles, entre las filas de la guardia de honor, hasta que divisó al legendario líder de los campesinos de Morelos. Al aproximarse, ambos saltaron de sus caballos y se abrazaron. Zapata
era un indio de baja estatura, de ojos negros y grandes bigotes; vestía
a la moda de los peones, pantalón y camisa de algodón blanco
y sombrero de copa puntiaguda. -Señor general Zapata, por fin se ha cumplido mi sueño de ver al comandante de las tropas revolucionarias del sur. -Señor general Villa, mi sueño también se ha realizado: estoy viendo al comandante de la División del Norte. Y se dirigieron, junto con sus respectivas escoltas, a la municipalidad de Xochimilco donde les fue ofrecido un almuerzo. Acabado éste, ambos jefes se encerraron en una habitación y conversaron largamente sobre la situación de! momento. A pesar de ser aquel su primer encuentro, y de estar habituados a no confiar en nadie, Zapata y Villa se conducían como viejos camaradas. Se comprometieron a ayudarse recíprocamente; Zapata se encargaría de dirigir la ofensiva contra las tropas de Carranza atrincheradas en Veracruz, mientras Villa tomaría la tarea de limpiar el norte de "carranclanes", como llamaban con desprecio a los partidarios de don Venus. Ambos acordaron apoyar al presidente Gutiérrez, a condición de que éste realizara las reformas propuestas en el Plan de Ayala. -Nuestra desgracia -dijo Pancho- es no poder prescindir de la gente instruida. Somos ignorantes y sólo sabemos combatir. Pero el bienestar del pueblo exige buenas leyes, y para hacerlas se necesita instrucción. -Sí, compañero -respondió Zapata-. Pero a la gente instruida le gusta complicar las cosas sencillas; son capaces de embrollar un asunto completamente claro. ..Además, se han acostumbrado a servir a los ricos. Y, sin embargo, como dijo usted con razón, no podemos prescindir de ellos. -Gutiérrez parece hombre seguro, pero si también nos traiciona la cambiaremos por otro. Lástima que nosotros no sirvamos para la presidencia; somos demasiado brutos... Pero no importa, seguiremos luchando hasta la victoria completa del pueblo. El 8 de diciembre más de doscientos mil habitantes de la Ciudad México salieron a las calles para recibir a Villa, Zapata y sus soldados. A la vanguardia iban a caballo los dorados; vestían uniforme color caquí, sombreros texanos y polainas de cuero amarillo. Cada cual llevaba sable, dos pistolas y cananas cruzadas sobre el peche. Muchos rostros tenían cicatrices, recuerdos de batallas pasadas, pues los dorados siempre se lanzaban al combate en primer término, dispuestos a vencer o morir. En la Plaza Zócalo, frente al Palacio Nacional, se realizó el desfile de las tropas revolucionarias. Desde el balcón del palacio, Gutiérrez, Villa y Zapata presidían el desfile. La población contemplaba con asombro las gallardas filas de jinetes. Eran los mismos hombres que Madero, Huerta y Carranza habían calificado de bandidos, y sin embargo se portaban como auténticos caballeros. Pero ello no bastaba para disipar los temores y recelos de los habitantes, a quienes estos soldados revolucionarios les parecían seres de otro planeta: su vestimenta, su lenguaje, sus costumbres; todo era insólito, exótico. Hasta para muchos obreros, los soldados de Villa y Zapata aparecían como una fuerza oscura. Los dirigentes de la "Casa de los obreros del mundo", en torno a la cual se agrupaban los trabajadores más conscientes de la ciudad, eran anarcosindicales; preconizaban una política de neutralidad frente a la lucha de los campesinos de Villa y Zapata contra el bloque terrateniente burgués encabezado por Carranza. La
ocupación de la capital por las fuerzas campesinas fue el punto
culminante del desarrollo de la Revolución Mexicana. Sin embargo,
no se supo aprovechar el poder conquistado para llevar a la Revolución
a un final victorioso. Villa, Zapata y sus consejeros no comprendían
con claridad a las fuerzas básicas de la Revolución, de
la que eran líderes, ni sabían por cuáles medios
habrían de triunfar los trabajadores. Tanto uno como otro odiaban
a los terratenientes y consideraban indispensable liquidar los latifundios
y entregar la tierra a los campesinos, pero no comprendían que
sólo uniéndose a los obreros podrían conseguirlo.
Ninguno de los dos atribuía importancia a la participación
de la clase en la Revolución, y nada hicieron por consolidar la
alianza obrero-campesina. Por último, ninguno comprendió la importancia que tenía para los destinos de la Revolución el control de la capital, centro administrativo y económico del país. Tanto los jefes como los soldados veían a la enorme ciudad como una trampa estrecha, asfixiante, desagradable y tediosa. Zapata no quiso quedarse allí un solo día; Villa permaneció un tiempo, pero su corazón y sus pensamientos se hallaban en su querida Chihuahua. Los revolucionarios pequeño burgueses, cuyo típico representante era el presidente Gutiérrez, no obstante haber llegado al poder gracias al apoyo de Villa y Zapata, sólo aspiraban a desembarazarse de ellos. Martín Luis Guzmán, colaborador del presidente escribió más tarde en sus memorias: La propia corriente de la vida nos trajo con lo mejor que ella tiene, a Pancho Villa; su alma más bien parecía un alma de jaguar, domesticado para beneficio de nuestra causa, o lo que creíamos nuestra causa. ..Un jaguar al que acariciábamos cariñosamente el lomo, temblando de miedo por si se le ocurría pegarnos un zarpazo. Los miembros del gobierno de Gutiérrez más inclinados a la traición no tardaron en iniciar conversaciones secretas con Carranza. No fue casual que Zapata sufriera un fracaso en su ofensiva contra Veracruz, después de la cual tuvo que regresar a Morelos. Al poco tiempo, también Villa se percató de que alguien sembraba discordia entre los oficiales de la División del Norte. Pancho creía que la manera más efectiva de solucionar los problemas políticos era la violencia, y resolvió aplicarla. El 27 de diciembre un destacamento de dorados rodeó la residencia del presidente y desarmó a su guardia. Luego Villa, acompañado de Urbina y Fierro, encaró a Gutiérrez, a quien formuló graves acusaciones. Gutiérrez respondió con quejas: -¿Qué clase de presidente puedo ser, si usted y Zapata hacen lo que se les da la gana? Usted, general Villa, tiene bajo su control los ferrocarriles y el telégrafo, e imprime dinero, Zapata se comporta en Morelos como si fuera el mismo Dios. Vuestros oficiales detienen a la gente y la fusilan sin juicio previo. -Vivimos en tiempo de guerra -replicó Villa-. Los ferrocarriles, el telégrafo y el dinero nos hacen falta para combatir a los "carranclanes", En cuanto al castigo a los traidores, cederemos con gusto este deber al gobierno. Pero el gobierno no hace nada; la Convención tampoco, pues se trasladó a la capital y se dedica al palabrerío vano. El país necesita leyes revolucionarias, y no las hay. Mientras no sean promulgadas, mis soldados, que representan a la Revolución, harán lo necesario para el bien del pueblo. Luego de una tempestuosa explicación. Gutiérrez prometió lo que se le pedía. Villa, que no deseaba una ruptura con el presidente, esperaba que esa "fuerte" conversación produciría un efecto saludable, Por lo tanto, ni titubeó en abandonar con sus dorados la capital y regresar a Chihuahua, donde se dedicó a preparar una ofensiva contra las tropas de Carranza, que ocupaban una serie de puntos fortificados en el norte del país. Pero
Pancho se había equivocado al suponer que Gutiérrez permanecería
fiel a la causa revolucionaria. El y sus amigos prefirieron pasarse a
Carranza antes que someterse a Villa y Zapata. El poder vacante pasó a manos del general González Garza, representante de Villa en la Convención, que proclamó el estado de sitio. La convención, reducida a la mitad de sus miembros por la fuga de los adictos a Gutiérrez y la ausencia de los oficiales que se hallaban combatiendo con sus tropas, declaró a González Garza presidente provisional. Mientras tanto, las tropas leales a la Convención habían alcanzado y derrotado a los fugitivos. Gutiérrez, herido en el combate y viéndose perdido, huyó al campo de Carranza, que lo recibió con los brazos abiertos. Don Venus comprendía que la caída del gobierno de Gutiérrez le abriría el camino a la capital. La traición de Gutiérrez significaba que la pequeña burguesía radical rompía con el campesinado revolucionario. Los radicales pequeño burgueses, amedrentados por las dificultades de la lucha revolucionaria y escépticos en cuanto a la posibilidad de su éxito, prefirieron unirse a Carranza antes que continuar su alianza con el campesinado. Su traición privó a las masas campesinas de dirección política. Los enemigos de Villa y Zapata lo comprendieron con claridad y pasaron a la ofensiva en todo el país. Dadas las condiciones, Villa resolvió, el 19 de enero, abandonar la capital, con la intención de detenerse en la zona Torreón-Zacatecas, cerca de su base permanente, y allí preparar la batalla decisiva. Las tropas de Obregón entraron en la capital, mientras en los suburbios del sur aún permanecían algunas unidades de Zapata. Emiliano se había retirado a las inexpugnables montañas de Morelos, mientras que don Venus todavía se hallaba en Veracruz. Mientras la División del Norte estuviera en acción, el "primer jefe" no se atrevería a regresar. Folletos ya editados: 1.
Muero como Viví ¿Cómo decirles adiós? Seis
Cartas de Vanzetti. |