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CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 6 LAS CALLES DE MÉXICO |
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Cuadernos
de Educación y Cultura del STUNAM Introducción
elaborada por: Alberto Pulido A.
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INTRODUCCIÓN Hablar de las calles de la Cd. de México, es el poder narrar recordando la fantaciosidad de sus leyendas, la evolución o involución de sus trazas, es caminar a través de la historia para detectar a sus ilustres moradores, en fin se trata de adentrarse en lo pasado de las experiencias históricas de una ciudad tan importante y que guarda infinidad de vivencias, como es el caso de nuestra ciudad capital. Y quien más docto en el asunto, lo fue Don Luis González Obregón, nombrado en su tiempo cronista de la Cd. de México, el cual nos pueda narrar con su amena prosa las vivencias y evoluciones de nuestras calles, y en especial la de Las Canoas, una de las vías de gran importancia desde la época prehispánica por su primacía en el comercio indígena, pasando por la época colonial con sus acontecimientos unos históricos y otros con imaginería popular, hasta los tiempos independientes y de la Reforma. A través de todas estas etapas históricas Las Canoas, sin duda nos ejemplifica lo que es el prototipo de una calle mexicana. El texto de este folleto fue tomado de tres capítulos del libro "México Viejo" de González Obregón, los cuales se intitulan: La Calle de Las Canoas, Las Calles de México y Nombres Antiguos de Las Calles de México. Cabe aclarar que muchos de los nombres aquí dados en la actualidad ya no existen, debido a que la primera edición completa de México Viejo dió a la luz en el año de 1900. Por último queremos recordar que Luis González Obregón nació En Guanajuato, el año de 1865. Veinte años después forma parte del grupo de intelectuales mexicanos fundadores del liceo Científico y literario. Posteriormente fue director del Archivo General de la Nación y fue miembro de la Academia Mexicana de la lengua y de la Historia. Nos dejó una importante narrativa y un sinnúmero de aportes históricos en infinidad de artículos y en sus dos libros más importantes: México Viejo (1891-1900) y las Calles de México (1922). Muere el año de 1938, dejándole la estafeta de cronista a Artemio de Valle Arizpe, otro gran escritor mexicano. ALBERTO PULIDO ARANDA LA CALLE DE LAS CANOAS No sólo deben ocupar nuestra atención los palacios y los templos, los acueductos, los hospitales y los monasterios, que levantaron en el transcurso de tres centurias, el gobierno, la caridad y la riqueza; también es preciso que hablemos de las calles cuyo origen despierta la curiosidad de muchos, y que han merecido que nuestros más populares poeta-s les consagren inspiradas composiciones. En efecto, los nombres de nuestras calles recuerdan casi siempre sucesos históricos, como la de Tacuba, que presenció la famosa retirada de los conquistadores; legendarios, como la del Puente de Alvarado, en la que no hubo salto; o tradicionales, como la de Don Juan Manuel, en la que los ángeles hicieron el papel de verdugos. Todos estos orígenes de los nombres de las calles, por su sabor local y por su fantasía, tienen un cierto encanto inseparable y propio de lo que es desconocido o de lo que ya no existe. Por una parte, el noble deseo de que desaparecieran algunos nombres verdaderamente ridículos, y por otra, el progreso natural de la ciudad moderna, han borrado, tal vez para siempre, aquellos nombres que se leían en las esquinas; pero no se borrarán, sino difícilmente, de la memoria del pueblo, único legislador en estos asuntos. Ni por un momento negamos las ventajas que haya proporcionado, o más bien dicho, llegue a proporcionar la flamante nomenclatura impuesta a nuestras vías públicas; pero sí es oportuno decir aquí que los cambios de nombres de las calles, aunque tenga derecho se hacerlo la autoridad, no lo hacen en el último resultado, como dice un sabio historiador, sino "las costumbres, las circunstancias, el capricho de los habitantes, un acontecimiento notable; algún edificio, alguna institución. "Por eso la última nomenclatura no se ha llevado a cabo más qué en las placas, porque repugna al pueblo, a la historia y a la leyenda. Mas nos desviamos del tema de nuestro propósito. Simples cronistas de lo pasado, vamos a ocuparnos hoy de la historia de una de las calles del México Viejo En la ciudad azteca, como ya dijimos en la Introducción, las calles eran de tres modos, de agua, para poder dar paso a las canoas; de tierra solamente, o mitad de tierra y mitad de agua. Hecha la traza que dividía la ciudad propiamente española de la indígena, y reconstruida poco a poco por los conquistadores, muchas de las calles de agua se cegaron; pero entre ellas quedó una, célebre por su extensión y por los diferentes nombres con que fue designada sucesivamente. Aludimos a la gran calle de las Canoas, que corría por un costado de Palacio y terminaba en la que es hoy de San Juan de Letrán. La calle la formaba un largo canal que comenzaba desde el Puente .de la Leña. "Al extender los franciscanos su monasterio –dice Orozco—cegaron parte de la acequia, resultando el callejón de Dolores, y otro callejón que salía con una acequia para la calle de Zuleta, y que subsistía en 1782." La acequia, después de recorrer el callejón y calle de .Zuleta, terminaba en la del Hospital Real. Para comprender lo que decimos, es necesario advertir que entonces no existía la 1 a. calle de la Independencia, y que se llamó callejón de Dolores desde la esquina de Gante hasta el Coliseo; que esta última calle se nombró en otra época de la Acequia, lo mismo que todas las cabeceras que seguían hasta el Puente de la Leña; que allá en los primeros años de la conquista el todo era conocido por calle de las Canoas, y en fin, que el callejón de Dolores estuvo cerrado hacia el Oeste hasta que se derribó el convento de San Francisco. Con el tiempo, la acequia que atravesaba la calle de las Canoas, fue desapareciendo y convirtiéndose en tierra firme. Parte la taparon los franciscanos para construir su monasterio; después, gobernando el primer Conde de Revillagigedo, D. Juan Francisco Guemes y Horcasitas, por los años de 1753 a 54, se cubrió con una bóveda desde el Coliseo hasta la Diputación, y en Septiembre de 1781 (?) bajo el virreinato de D. Juan Vicente Guemes, segundo Conde de Revillagigedo, se acabó de tapar hasta el Colegio de Santos, nombre con que fue conocida la calle que hoy se llama de la Acequia. Así pues, la de las Canoas se designó con este nombre a raíz de la conquista; después se llamó de la Acequia; enseguida, cuando se construyó el teatro primitivo, esa fracción se nombró Coliseo; destruido éste y levantado el que es ahora Teatro Principal, se le puso calle del Coliseo Viejo, y por último, las siguientes cabeceras tomaron los nombres del Refugio, Tlalpaleros, Portales de la Diputación y de las Flores, Puente de Palacio, Meleros, Acequia (después de Zaragoza), y Puente de la Leña. A lo largo de la calle de las Canoas, para atravesar el canal de Sur a Norte, o viceversa, hubo una serie de puentes que dieron nombres a ras calles en cuyas extremidades estuvieron situados: Estos fueron los puentes del Espíritu Santo, del Correo Mayor y de Jesús María. Según parece, existieron también los puentes del Coliseo Viejo, de la Palma, de los Pregoneros, en la esquina de la Monterilla, y de Palacio, pues con este último nombre se designó no ha muchos años la acera Norte inmediata al Portal de las Flores. El Puente de la Leña, que existe aún, Corre de Oriente a Poniente. La razón de haberse llamado así, es fácil de comprender, pues por ella entraban multitud de canoas llenas de legumbres, frutas y flores, que cultivaban los indios en las pintorescas chinampas y en los jardines de los alrededores, para venirlas a vender en la plaza y en los portales, cerca de los que pasaba el canal que recorría toda la longitud de la calle. Durante los primeros siglos de la dominación española, aquel tráfico comercial fue grande y animado. Principalmente en los días de la semana Mayor, y más particularmente desde el Viernes de Dolores, muy de mañana, se veía surcado el canal por infinidad de chalupas que llegaban cubiertas por completo, de toda clase de flores, que se realizaban en grandes cantidades. Este fue sin duda el origen del paseo que se hacía en la Viga, y antes en el Puente de Roldán, y que poco a poco ha ido desapareciendo, como muchas costumbres esencialmente mexicanas, que pronto se conservarán tan sólo en la memoria de los viejos y en la leyenda popular. LAS CALLES DE MÉXICO La historia moral y física de una ciudad, ha dicho un escritor (Juan de Dios Peza), está ligada con los nombres de sus calles. "Se deben estudiar estos nombres -agrega- establecidos o modificados por la rutina, reformados por los acuerdos municipales, cambiados por los acontecimientos, como una lengua muerta que se corrompe, que se pierde cada día más y que pronto no tendrá tal vez un solo intérprete." La historia de la ciudad de México, como la historia de todas las ciudades, tiene mucha relación con los nombres de sus calles, históricos unos y legendarios otros. La antigua Tenochtitlán ya no existe. Los palacios, casas, santuarios y acueductos de la capital de los mexica fueron arrasados por los mismos vencidos, parte durante el glorioso sitio sostenido contra los conquistadores, y parte después, obligados los indios unas veces por el azote de los encomenderos, y otras persuadidos por las palabras elocuentes y sencillas de los primeros frailes, quienes les hacían entender que ejecutaban una obra buena al derribar teocallis, para levantar templos cristianos. En cambio, en los nombres de las calles quedan recuerdos arqueológicos de aquella Tenochtitlan destruida. En efecto, todavía llevan nombres indígenas las calles siguientes: Cocolmeca, Cuaxomulco, Chiconautla, Huacalco, Mixcalco, Nahuatlato, Necatitlan, Tecpan, Tepechichilco, Tepotzan, Tetzontlate, Titzapan, Tlaxcaltonco, Tlaxcoaque, Tlaxpana, Tlatilco y otras. De propósito no hemos mencionado la de Tlacopan o Tacuba y la de Itztapalapan, porque tienen además un interés histórico: esta última fue por la que hizo su entrada a México Hernán Cortés con sus soldados castellanos y sus aliados talxcaltecas, el día 8 de noviembre de 1519, y aquélla por la que salió huyendo en la memorable jornada de la Noche Triste, el 30 de junio de 1520. La memoria de los misioneros franciscanos, dominicos y agustinos, que vinieron sucesivamente a Nueva España en 1524, en 1526 y en 1533, se halla indeleble en las calles de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín; los hermanos de la Caridad, después Hipólitos, que se establecieron en 1560 y los juaninos en 1604, han llegado sus nombres a las calles de San Hipólito y San Juan de Dios; las treinta y cuatro religiosas y dos novicias, que fundaron el primer convento de monjas en México, dieron, desde 1541, nombre a las calles de la Concepción, y así otras muchas Ordenes, tanto de hombres como de mujeres. Los colegios fundados en aquella remota época, legaron sus nombres a las calles de la Universidad, San Pedro y San Pablo, San Juan de Letrán, San Idelfonso, San Ramón, Colegio de Niñas, de Inditas y de las Vizcainas; los hospitales a las de Jesús, Real de Indios, San Andrés y San Lázaro; los edificios públicos a las de la Moneda, Alhóndiga, Correo, Montepío, Aduana, Acordada, Estanco, Rastro, Coliseo, Apartado y Hospicio. Y no sólo, como ya dijimos, se puede recordar la historia de las Ordenes religiosas, de las casas de beneficencia y de los establecimientos de enseñanza calles de Chavarría, de Vergara, de López, de Alfaro, Ortega, de Zuleta, de Alcomedo, de Tiburcio, traen a la mente hombres ilustres por su virtud, por su riqueza por su valor; las calles del Parque del Conde, de la Mariscala, de la Condesa, y de los Medinas, algunos de los títulos nobiliarios que hubo en Nueva España, y la Quemada, el Indio Triste, Don Juan Manuel, el Ángel y tantas otras, las leyendas y tradiciones de aquellos tiempos tan poéticos como lejanos. Esto relativamente a los nombres de las calles que subsisten. Muchos que han desaparecido nos recuerda a Cuauhtémoc, en la de Guatemuz, hoy del Factor; otros a conquistadores, como los de las que fueron Pedro González Trujillo y Martín López; no pocos las acequias que limitaban la ciudad española de la indígena y que tuvieron, para ser atravesadas, sendos puentes, que impusieron título a las calles del Puente de San Francisco, Quebrado, del Espíritu Santo, de la Leña, del Fierro, etcétera. Aún los gremios de artesanos, los oficios en que muchos de los buenos habitantes se distinguían, nos conmemoran las calles de Plateros, Tlapaleros, Curtidores, Chiquihuiteras, Cedaceros, Talabarteros y Cordobanes. Y hay calles que no sólo interesan por sus nombres, sino por los sucesos que en ellas se verificaron, o por las personas notables que en ellas tuvieron sus moradas. La de los Donceles donde vivió Antón de Alaminos; la de la esquina de Santa Teresa y la Moneda, donde estuvo la primera imprenta del Nuevo Mundo; la del Reloj y Santa Teresa donde tramaron una conspiración los hermanos Ávila, la de San Agustín, donde habitó el sabio Humboldt; la del Amor de Dios, donde escribió sus obras Siguenza y Góngora; la de las ,Damas, en cuya esquina y la de Ortega, se hospedo Bolívar; la cerrada de Santa Teresa, donde murió misteriosamente el Lic. Verdad, mártir de la democracia y de la independencia. Como podrá observarse, un estudio detallado, minucioso, erudito de cada una de estas calles, sería, a la vez que interesante para la historia de la ciudad de México, útil al viajero que al transitarlas, le parecería leer una crónica animada en tantas calles y callejas. La vida colonial absorbería su atención durante las tres centurias de dominación ibérica. Los frailes, las monjas, los oidores, los virreyes, los alcaldes, los alguaciles le llevarían a los conventos ya los palacios; los inquisidores, los catedráticos, los doctores, le invitarían a presenciar los autos de fe, las clases en los colegios y los autos en la Universidad; los poetas prosaicos y gongorios, los prosistas indigestos por su 'erudición y estilo, le harían reír en los certámenes literarios, y los predicadores gerundianos, hinchados de vana ciencia, faltos de unción, le obligarían a taparse los oídos para no escuchar aquellos sermones blasfemos que disparaban desde los púlpitos. Las entradas de los virreyes, los días de los soberanos, el nacimiento de los infantes, la muerte de los reyes, las canonizaciones de los santos, le prestarían pretexto para regocijarse con fiestas profanas, religiosas o fúnebres, amenizadas con representaciones en el Coliseo, con fuegos artificiales, con corridas de toros, de liebres, de perros y de gatos; con carros alegóricos y arcos triunfales, llenos de símbolos mitológicos, intrincados jeroglíficos para el vulgo, que se consolaba con la lectura de su interpretación en libros al efecto publicados, por pedantes bachilleres y poetas chirles. Recorrería la ciudad, falta de limpieza y ornato hasta el gobierno del ilustre segundo conde de Revillagigedo; -la plaza convertida en mercado inmundo, la horca irguiéndose sobre señores y esclavos; la catedral a medio concluir; el palacio convertido en café, billar, fonda y dormitorio público; las calles sin empedrado, con aguas pútridas en el arroyo, sin luces que alumbrara; algunas sirviendo de establos a las vacas y de zahurdas a los cerdos. Y sin embargo, la tranquilidad de aquella vida reglamentada por la campana del vecino pueblo, el levantarse con el alba, asistir a la misa de mañana, desayunarse con espumoso chocolate y sabrosos bizcochos; comer a las doce o una, el suculento caldo, el arroz con pollo, el puchero indigesto y otros platillos por el estilo; dormir la siesta para merendar después; ir al paseo en coche de sopandas y acostarse a la hora de la queda, prestarían motivo al observador para formarse idea de una vida monótona si se quiere, pero que hacía vivir largos años a aquellas buenas gentes, lectoras asiduas de las Gacetas de D. Manuel Antonio Valdés, y que asistían con positivo fervor y sencilla piedad a las procesiones del Corpus y Semana Santa. Un libro especial dedicado al estudio de estas costumbres, una obra que se ocupe del origen de nuestras calles, no la hay completa. Algo hemos ensayado nosotros; pero aún falta mucho. Apéndice Nombres Antiguos de las Calles de México. A.
Calle del Agua. Con este nombre se designó cada una de las calles
siguientes: Acequia, San Juan de letrán, Santa Isabel, Puerta Falsa
de Santo Domingo y algunas otras por donde había canales de agua
que posteriormente fueron cegados. La lista anterior la he copiado casi literalmente de un folleto. hoy rarísimo, que se intitula "Noticia de los Nombres que tenían antiguamente algunas de las calles de esta ciudad de México y de las que actualmente tienen". México. Tip. de "La República". Mariscala Núm. 41882. Consta de 8 págs. en 16°. ' Folletos
Publicados: Impreso
en la Imprenta del SUNTU, Cerrada Cerro Tuera No. 15. |