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CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 14 A RAJATABLA |
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Cuadernos de Comunicación Sindical Secretario
General: Evaristo Pérez Arreola Distribución
Gratuita
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PRESENTACIÓN Luis Brito García, venezolano, maduro cuentista e historiador, pertenece a una nueva generación literaria latinoamericana que se politizó a raíz del triunfo de los barbudos de Fidel. En su libro Rajatabla, premiado por Casa de las Américas en 1970, Brito García nos presenta una buena cantidad de cuentos en los cuales maneja un lenguaje literario libre, con porciones lingüísticas propias de las expresiones populares de su país. Para la Secretaría de Prensa es un orgullo poder presentar a ustedes una antología de cuentos de Brito, tomados de su libro Raja tabla, y así dar la oportunidad de gozar por ejemplo de las andanzas de un ser humano devorado por la publicidad, o meditar acerca de lo que puede ser en un momento dado la degradación del cuerpo humano. Ni duda cabe, los textos aquí presentados, nos introducirán al increíble mundo de la narrativa de ficción. NADA DE NEGOCIOS Citado ante todos ustedes, resueltamente y de antemano niego toda culpa, lo que sucede es que no sé nada de negocios. Me encontraba yo pensando cómo hacer carrera y hete aquí que inopinadamente se me aparece Míster Godwin y me ofrece financiarme la campaña electoral para Presidente, yo pregunto, y si perdemos, y entonces me aclaran no importa, la campaña de los otros candidatos también la financia Mister Godwin. Elevado a esta alta magistratura por la voluntad del pueblo, el día de la investidura se me aparece Míster Godwin y me pregunta qué pienso hacer con enormes yacimientos de la República, y yo qué puedo contestarle. Míster Godwin, sino que yo, no sé nada de negocios. Me dice Míster Godwin, no importa, yo se los exploto, pero eso sí, claro, ser (a bueno que por las razones inherentes al Desarrollo usted me facilitara los necesarios créditos sin intereses dentro del Plan de Fomento a la Industria y otras cosas que usted montará de inmediato a pesar de que no sabe nada de negocios. Pero de dónde saco yo dinero para darle créditos, Míster Godwin, pregunto, y me contesta, no importa, yo se lo presto, pero a los intereses adecuados para un país en vías de desarrollo. Alegrísimamente le digo acepto acepto. Oh, pero pone cara triste Míster Godwin, me dice que yo no entiendo, no entiendo, que no es tan fácil, que nada se puede si no se crea el clima favorable a las inversiones, es decir, exenciones de impuestos, es decir, cárceles, es decir, tanques, es decir, aviones, es decir, submarinos, es decir, delatores, es decir, Generales con medallitas y esas cosas, y yo le digo, pero todo eso le saldrá costoso, Míster Godwin, pero él de inmediato ya tiene la solución, y es que yo corra con todos los gastos, y cómo, le digo yo que no sé nada de negocios, y dice Míster Godwin, yo le vendo unos sobrantes de todas esas cosas, pero con qué reales se los compro, fácilmente, me dice, yo se los presto, pero con intereses adecuados. Naturalmente que tales favores merecen rebajas especiales en impuestos y exoneraciones en las tarifas de importación y entrada libre para todas las cosas que viene a vendernos Míster Godwin, y aún así, pobre Míster Godwin, al final del año nada hay que cobrarle por impuesto a sus empresas porque éstas le venden el material de los yacimientos por debajo del costo al mismo Míster Godwin, y así, para evitar la bancarrota, más rebajas, más exoneraciones, más créditos, más clima de cofianza para las inversiones y para pagar todo eso subir los impuestos y vender a los extranjeros tierras, montes, lagos, casas, hombres, niños, cielos, aguas, peces, ríos, mares, bosques, rocas, aires, aves, y se declaran el hambre y la peste y el pueblo protesta y hay tremolina y viene la revolución, y llevado ante este alto tribunal cómo puedo explicarles, Cómo puedo convencerlos de que no ha sido cosa de mala intención, de qué pasa, simplemente, que no sé nada de negocios. EL MONOPOLIO DE LA MODA Ahora reposa y siéntate. Dentro de un Instante entrara un vendedor a explicarte que tu televisor está pasado de moda y que debes comprar el nuevo modelo. En pocos minutos convendrás con él las condiciones del crédito, lograrás que te acepten el viejo modelo en el diez por ciento del precio y te dirán que en verdad una mañana de uso ya es suficiente. Al encender el nuevo aparato lo primero que notaras será que las modas del mediodía han cedido el paso a las modas de las dos de la tarde y que una tempestad de insultos te espera si sales a la calle con tus viejas corbatas de la una y veinticinco. Así atrapado, debes llamar por teléfono a la tienda para arreglar el nuevo crédito, a cuyos efectos intentarás dar en garantía el automóvil. El computador de la tienda registrará que el modelo es del día pasado y por lo tanto, inaceptable. Lo mejor que puede hacer es llamar al concesionario y preguntarle sobre los nuevos modelos de esta mañana. El concesionario te preguntará qué haces Llamándolos por ese teléfono anticuado, y le dirás es cierto, pero ya desde hace media hora estás sobregirado y no puede cambiar de mobiliario. No hay más remedio que llamar al Departamento de Crédito, el cual accederá a recibir el viejo modelo por el uno por ciento de su precio a condición de que constituyas la garantía sobre los mobiliarios nuevos de las dos de la tarde para así recibir el modelo que elijas, de las diez, de las once, de las doce, de la una, de las dos y aún de las tres y media, éste el más a la moda pero desde luego al doble del precio aunque la inversión bien lo vale. Calculas que eso te da tiempo para llamar a que vengan a cambiar el congelador y la nevera, pero otra vez el maldito teléfono anticuado no funciona a minuto tras minuto el cuarto se va haciendo inhóspito y sombrío. Adivinas que ello se debe al indetenible cambio de los estilos y el pánico te irá ganando, e inútil será que en una prisa frenética te arranques la vieja corbata e incineres los viejos trajes y los viejos muebles de ayer y las viejas cosas de hace una hora, aún de sus cenizas fluye su irremediable obsolencia, el líquido pavor del que sólo escaparás cuando, a las cuatro, lleguen tu mujer y tus hijos cargados con los nuevos trajes y los nuevos juguetes, y tras ellos el nuevo vestuario y el nuevo automóvil y el nuevo teléfono y los nuevos muebles y el nuevo televisor y la nueva cocina, garantizados todos hasta las cinco, y el nuevo cobrador de ojos babosos que penetra sinuosamente en el apartamento, rompe tu tarjeta de Crédito y te notifica que tiene comprometido tu sueldo de cien años, y que ahora pasas a los trabajos forzados perpetuos que corresponden a los deudores en los sótanos del Monopolio de la Moda. PUBLICIDAD Pasa que una noche llegas a tu casa, enciendes el televisor y desde la pantalla el locutor anuncia que las empresas han decidido eliminar los programas y sustituirlos enteramente por publicidad. Pasa que rompes el trance, tomas el periódico, y encuentras un último editorial que advierte que las empresas han decidido desalojar artículos, informaciones y tiras cómicas para sustituirlos íntegramente por publicidad. Antes de arrojar la edición a la basura, una hojeada a las carteleras te informa de que los anunciantes han decidido desalojar películas y actores de cines y teatros, y sustituirlos completamente por publicidad. Pasa que sales a la calle huyendo de un periódico estrujado y de una amenazadora pantalla vacía, y encuentras que en la ciudad entera paredes puertas parques techos bancos postes calles casas carros tiendas gentes se esconden tras una cobertura continua de carteles de publicidad. Pasa que enormes proyectores han aprovechado el espacio en donde antes veías árboles, mares, montañas, nubes, rostros femeninos, el reflejo de tus dientes en el espejo, tu jadeante lengua, tus quebradas uñas, para plagarlo íntegramente de publicidad. Pasa que cierras los ojos y encuentras ese antes inviolable santuario de tiniebla asediado por los proyectores retinianos que atraviesan los párpados y que sustituyen todas las enzarzadas imágenes de tu fantasía, por publicidad. Pasa que escuchas, y encuentras que el ruido de la lluvia las voces de los niños al masticar de las termitas el golpear de los clavicordios el tronar de las olas el tejerse de los insultos los latidos del corazón, han sido sustituidos por publicidad. Pasa que taponas tus oídos y encuentras que ese ilocalizable silencio en donde confluían tos rumores de mares ignotas y los ecos de caracolas metafísicas, ha sido tomado por asalto por los proyectores de ultrasonidos que lo pueblan incesantemente de publicidad. Pasa que buscas la inconsciencia y descubres que tu subconciente, gracias a las técnicas subliminales, ha sido sustituido por publicidad. Pasa que tocas los objetos, y encuentras que los objetos ya no existen, que existe sólo publicidad. Pasa que intentas huir en la memoria, y encuentras que los anunciantes han invadido también el pasado y todos sus recovecos, inundándolos de publicidad. Pasa que te arrojas al vacío y caes a través de un aire que parece denso, y cuando estás a punto de estrellarte contra un enorme anuncio, descubres que es el de las nuevas urnas con pantallas y altoparlantes, que conquistan la última frontera, y aseguran el ignoto tiempo de tu muerte y la inconmensurable extensión de tu nada, para la publicidad.
Un libro que después de una sacudida confundió todas sus palabras sin que hubiera manera de volverlas a poner en orden. Un libro cuyo titulo por pecar de completo comprendía todo el contenido del libro. Un libro con un tan extenso índice que a su vez éste necesitaba otro índice y a su vez éste otro índice y así sucesivamente. Un libro que leía los rostros de quienes pasaban sus páginas. Un libro que contenía uno tras otro todos los pensamientos de un hombre y que para ser leído requería la vida íntegra de otro hombre. Un libro destinado a explicar otro libro destinado a explicar otro libro que a su vez explica al primero. Un libro que resume un millar de libros y que da lugar a un millar de libros que lo desarrollan. Un libro que refuta a otro libro en el cual se demuestra la validez del primero.
Un libro en el cual sólo tiene validez la décima palabra de la página setecientos y todas las restantes han sido escritas para esconder la validez de aquélla. Un libro cuyo protagonista escribe un libro cuyo protagonista escribe un libro cuyo protagonista escribe un libro. Un libro, dedicado a demostrar la inutilidad de escribir libros.
Tesis Antítesis Síntesis Tesis Antítesis Síntesis Tesis Antítesis Síntesis Tesis Antítesis Síntesis Tesis Antítesis Síntesis
De no explicarlo yo, nadie entendería mi genio militar, por tanto, en estas memorias, lo explico. El objetivo de la guerra, según Clausewitz, consiste en imponer nuestra voluntad al enemigo. Sus discípulos han variado infinitamente sobre el tema: para ellos, nuestra voluntad se impone al enemigo mediante nuestra victoria; éste se doblega ante ella únicamente en la derrota. Sólo yo me he atrevido a variar los términos, aparentemente incontestables, de esta ecuación estúpida. Sólo yo he conducido a mi pueblo a imponer su voluntad no obstante la certeza-la necesidad, diaria- de la derrota. Derrochado inútilmente contra un enemigo imbatible, dirán los historiadores. Pero no. Derrochado, no. E inútilmente, menos. Lo afirmo ahora, mientras el fuego calcina sus cuerpos inanimados. ¿Cuántos seres humanos es lícito sacrificar a la consecución de un objetivo? Las respuestas de los tratadistas son inconsistentes. Para ellos, si el pueblo consta de doscientos millones, el sacrificio de cincuenta millones parecerá razonable. Pero si el pueblo consta de cincuenta millones, entonces el sacrificio de esta cantidad resulta excesivo. Yo no veo que estas consideraciones modifiquen en manera alguna los factores objetivos de la situación. Los pueblos existen, pero se cuentan hombre a hombre, y el objetivo que justifica la muerte de un solo ser, automáticamente justifica la muerte de todos, y esto es lógico, e irrefutable. Si la cifra de sacrificios que requiere un objetivo militar iguala a la cifra de integrantes de una nación, y si ese objetivo es deseable, ello no es óbice para que la guerra sea. Pero para aplastarnos, la gran potencia ha debido recurrir a fondo a sus militares. Entregarse a ellos, gozar en su eficiencia, hasta el punto de fascinarse y confundir esa eficiencia con un objetivo, al arte de matar con una manera de vivir. Para aplastarnos, la gran potencia se ha convertido en un ejército, y toda sociedad que se convierte en un ejército se devora a sí misma y muere. Nunca, nunca, una tan vasta victoria con tan escasas fuerzas. Lo digo yo, vencido, escuchando el crepitar de los incendios de mi derrota, que es también la anticipada derrota y crepúsculo del enemigo. Reclamo la corona de los vencedores. Reclamo la corona de los vencedores. Yo, el último viviente de mi pueblo. Reclamo la corona de los vencedores. CUADERNOS
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