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CUADERNOS DE EDUCACIÓN SINDICAL # 12 DE INDIOS Y VAQUEROS |
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Cuadernos de Comunicación Sindical Secretario
General: Evaristo Pérez Arreola |
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PRESENTACIÓN La más grande potencia económica y militar que jamás haya visto la humanidad se conoce como el país sin nombre, U.S.A. (United States of America), ciertamente no dice nada, a menos que pensemos que América es toda de los gringos, y que Estados Unidos solamente puede haber al norte del Río Bravo. Seguramente habrá quien discuta esto, pero lo que resulta innegable es que en el nombre se refleja una idea expansionista, como la que expresa la doctrina Monroe que decía: "América para los Americanos" (entendiendo por americanos, solamente a los yanquis). El problema no reside si esa gran potencia tiene nombre o no lo tiene, el asunto es saber si tiene historia y, cuál es esta. Decían los antiguos griegos que el que olvida el pasado, no tiene futuro. Desde este punto de vista, los pueblos latinoamericanos están cargados de futuro, pero, ¿y el gran imperio? ¿Cómo recuerdan los norteamericanos su pasado? La historia de los Estados Unidos se encuentra plagada de robos, asesinatos, saqueo, racismo, piratería. Si los grandes hombres de Latinoamérica como Cuauhtémoc, Tupac Amaru, Nicarao, Morelos, Bolívar, Martí y tantos otros, se distinguieron por luchar contra la opresión, y en defensa de la libertad de sus pueblos; los héroes de U.S.A. como Sam Houston o Búfalo Bill difícilmente podríamos dejar de relacionarlos con algo que no sea el crimen. Mientras los norteamericanos utilizan por igual el nombre de un caudillo indio que el de un tipo de caballos para distinguir modelos de carros (Pontiac y Mustang), y solamente por ellos los recuerdan; los latinos respetan a sus prohombres, mostrando en ello su vocación libertaria. Pero si a sus antepasados indios no los reconocen, y cuando llegan a hacerlo es para despreciarlos y confinarlos en esa especie de campos de concentración que son las llamadas "reservaciones" en donde son tratados como seres de segunda clase con derechos disminuidos. A quienes se distinguieron en las matanzas contra los indios, los honran poniendo su nombre a ciudades importantes, como la de Houston en el Estado de Texas. Que el país más poderoso de la tierra no tenga nombre, y que su historia esté plagada de atrocidades, no tendría tanta relevancia sino es porque, parte de su enorme poderío está en la influencia que ejercen a través de los medios de comunicación en el mundo entero. Pretenden que nuestros pueblos asuman como cierto la visión clasista que nos brindan de la historia, un ejemplo de ello son las películas de "caballitos" –con que entretuvimos nuestra niñez- en las que la tónica general es que los indios son malos porque son indios, y los "blancos" son buenos porque son blancos. Conclusión, si el bien debe prevalecer sobre el mal, justo es que los "blancos" (Léase gringos) acaben con los indios (léase cualquier otro pueblo tercer mundista). Después de ver algunas películas de ese tipo, no es extraño que algunos vean con naturalidad que en el Amazonas se asesina a cientos de indios para dar oportunidad a que las trasnacionales -de "blancos" por supuesto-, exploten los recursos ahí existentes. La lectura del presente folleto que edita la Secretaría de Prensa del STUNAM dará, sin lugar a dudas, varios motivos para la reflexión. Junio
de 1985
Nada hay más trágico en la historia de los Estados Unidos que los violentos conflictos entre los pieles rojas y los colonizadores blancos. Desde el principio hasta el fin de aquella lucha larga y sangrienta donde, por una parte, combatían los que defendían su libertad y sus tierras y los otros por la avidez de riquezas y el afán de lucro y despojo, comenzando por la matanza de Jamestown en 1607, por los ingleses, hasta el estrangulamiento final de las naciones indias por el general Custer, en el lejano Oeste, debe encontrarse la causa fundamental en la política imperialista de Gran Bretaña primero, y de los nacientes Estados Unidos después. Mujeres seminolas, apaches, pies negros, cherokees y las de todas las tribus, fueron víctimas de la lujuria de los aventureros blancos y comenzaron a declararse entre los indios enfermedades desconocidas a sus tribus primitivas. Las tribus indias no tenían el concepto de los conflictos de clase y por consiguiente no podían comprender la institución de la propiedad privada en sus formas más avanzadas. Por otra parte los blancos no comprendían la posición de los jefes indios. Considerándolos como pequeños monarcas, creían que un solo hombre podía disponer de las ricas tierras propiedad de toda la tribu. No era ese el caso, pues en el sistema social de los pieles rojas, el jefe dependía de un Consejo de Guerreros que rehusaba considerarse obligado por la decisión tomada inconsultamente. Ante esto, los hombres blancos actuaban como si los infelices indios hubiesen violado flagrantemente un pacto de caballeros; realmente, no los había por parte alguna. Dueños los ingleses, en virtud del Tratado de París, de casi toda la América del Norte, los indios, que siempre los habían mirado con recelo, llegaron a odiarlos mortalmente por la injusticia y la brutalidad con que los trataban. Acumulando estos odios, Pontiac, joven guerrero jefe de los indios otawas reunió en 1763 a su tribu, a los delawares, shawnis, miamis, chipewas y a otros, con el objeto de exterminar a los ingleses y expulsarlos de toda la región del Oeste. Concertada la alianza, inesperada y simultáneamente, atacaron a nueve guarniciones británicas. Mataron a más de cien traficantes e hicieron huir a 20 mil colonos hacia el oeste de Virginia. Luego de esto, en Mackinawk, tomaron el poderoso fuerte y pusieron sitio a Pittsburg, que se salvó de caer en manos indias por el socorro que le prestó una numerosa fuerza del ejército, avisada a tiempo. En mayo de 1763, Pontiac, ponía sitio a Detroit, importante y floreciente población compuesta en su mayor parte de familias francesas, que se dedicaban al cultivo de la tierra y al tráfico con los indios vecinos. Al asedio de Detroit, concurrieron las más importantes tribus indias y llegaron a establecer un cerco tan férreo que la población comenzó a padecer necesidades. Convencidos de los ingleses de la imposibilidad de romper el cinturón piel roja que apretaba la ciudad, por la fuerza de las armas, comenzaron a utilizar el soborno y la intriga hasta que consiguen que se produzcan deserciones en el gran ejército indio de Pontiac. Así una tras otra, las tribus fueron abandonando la lucha hasta quedar abandonado Pontiac. Esta situación determinó el levantamiento del sitio, ante la imposibilidad de continuar el asedio. Los indios otawas se retiraron al oeste, junto a los delawares. Seguidamente los ingleses encargaron al general Bradsreet que, con mil 100 soldados, persiguiese a Pontiac hasta exterminarlo o reducirlo a la obediencia mediante la firma de un Tratado de Paz. En IIllinois, Pontiac convocó a los jefes de tribus a una junta, a fin de levantarlos nuevamente. En esa reunión un indio traidor, vendido a los ingleses, le mató. Así terminó la guerra del gran jefe piel roja, que mantuvo el jaque a los ingleses durante tres años. Hoy, irónicamente, el mundo entero conoce de la calidad de una marca de automóviles que lleva el nombre del famoso guerrero Ottawa y cuando raudos pasan los autos, producto de la avanzada industria del poderoso país, con su característica insignia plateada del perfil agudo de un indio con una pluma roja en la frente, muchos desconocen que fue precisamente un Pontiac, el mayor enemigo de los creadores de la nación sin nombre, de los llamados Estados Unidos.* * Publicado en Juventud Rebelde el 27 de enero de 1970. Alrededor de 1842, en Rapid Creek, cerca de la actual Rapid City en Dakota del Sur, en el este de los dominios sioux en medio de los hermosos bosques que crecen en las altas Montañas Negras (Black Hills), allá en el lugar donde los indios van a buscar sus medicinas, allí nació Caballo Loco (Crazy Horse.). Por el Tratado de Paz y Amistad, establecido entre la nación sioux y los Estados Unidos, los norteamericanos se habían comprometido a respetar su territorio en Dakota y a mantener la inviolabilidad de las Montañas Negras (Black Hills), que los sioux consideraban sagradas. Tras un período de paz, la Compañía Comercial del Oeste interesada con fines lucrativos en invadir el territorio sioux, hizo circular el rumor de que en las Montañas Negras existía oro. La avalancha de aventureros como peligroso alud comenzó, y los indios, para defender sus tierras, desenterraron el hacha de la guerra. Las
naciones hermanas de los sioux, los cheyenes, los miniconjuns, los sans-ares,
los oglalas, los shosshones y los pies negros formaron una poderosa coalición,
bajo el mando del viejo e irreductible Toro Sentado (Sitting Bull), que
se levantó en armas amenazando con inundar de sangre la frontera. Little Big-Horn
Al internarse en la zona de las Montañas Negras, Custer había recibido instrucciones de unirse a otras dos unidades, las de los generales Terry y Crook. Al instalar su primer campamento, supo que Caballo Loco había sorprendido a Crook en un desfiladero, haciéndole una una carnicería espantosa y obligándole a retroceder a uña de caballo por donde había venido. Tras su victoria, el jefe sioux se habla situado en las riberas del Little Big Horn, un arroyo de la frontera de Dakota y Montana, separando de este modo a Custer de Terry, y disponiéndose a avanzar hacia el norte para sorprender a éste y su destacamento. Custer sabía que Terry no tenía consigo más que infantería, poco efectiva en la lucha contra los pieles rojas, por lo que decidió lanzarse al ataque y distraer a los indios, hasta que el General Sheridan, jefe de las operaciones, enviase refuerzos desde la ciudad de Bismarck, cosa que a su entender había de suceder tarde o temprano. El Genera! Custer llevaba de explorador a un notorio personaje; al célebre guía California Joe, amigo de Kit Carson y de Buffalo Bill. Contra los consejos de su guía California Joe, Custer decidió avanzar desdeñando a las fuerzas de Crazy Horse (Caballo Loco). La columna se puso en marcha al amanecer, avanzando rectamente hacia el hermoso valle de Montana. Sólo percibieron unas señales de humo, pero no pudieron hacer nada: la emboscada estaba preparada. Se envió por Caballo Loco una avanzada de 500 jinetes. mientras el resto quedaba hábilmente dispuesto, en alas de caballería y un centro de infantería, ocultas en las colinas. Al divisar a los pieles rojas, Custer ordenó el ataque sable en mano a la cabeza de sus soldados, seguidos por California Joe, su inseparable guía. Un momento antes de que hubiera trabado combate, Custer atinó a ver como surcaban el cielo unas flechas de diferentes colores y a tiempos espaciados. Estas eran las señales para que se lanzaran sobre él más de 6 mil infantes indios, que parecieron brotar de la tierra. Sin esperanza, convencido que la fuga era imposible, Custer ordenó descabalgar. Su regimiento formó un cuadro con la bandera en el centro. Entonces, nuevas flechas, esta vez de colores diferentes, raudas, cortaron el aire e incontenibles avanzaron, envolventes, las dos alas de caballería sioux. Una maniobra táctica que parecía trazada por la mano del más experimentado oficial de Academia. Era obra del genial estratega Caballo Loco. Su jefe máximo, Sitting Bull, fue el que dirigió la acción. Custer cambió con valor hasta el último hombre, no quedándole más remedio que perder él y California Joe, con todo el regimiento, sus caballeras que pasaron a manos sioux.
La noticia del desastre sufrido por el General Custer en Little Big Horn se expandió rápidamente por el ejército y levantó revuelo alarmista. La situación era crítica para el gobierno norteamericano, pues el aniquilamiento de todo un regimiento indicaba la preparación y el espíritu de combate de los sioux y cheyennes que, con su estado de guerra, ponían en peligro el avance de la riada de aventureros que se había lanzado hacia las Montañas Negras en busca de oro. Más de 600 guerreros de la Reserva Nube Roja, el más importante establecimiento cheyene, habían marchado a incorporarse a Toro Sentado (Sitting Bull), que permanecía todavía con sus fuerzas en la comarca del Big Horn. El General Merrit tomó a su cargo la responsabilidad de cortarles el paso a estos cheyennes, a cuyo efecto seleccionó a 500 soldados a los que acompañaría un cuerpo de scouts o exploradores, que eran expertos guías y rastreadores de indios. Muchos de estos scouts eran indios pawnes, cobardes y traidores, que siempre fueron sometidos y lacayos de los conquistadores blancos. Al frente del cuerpo de (exploradores) marcharía el coronel William Cody, más conocido por Búfalo Bill, el famoso aventurero que a costa de asesinar indios, de perseguirlos en todo el Oeste y por su calidad de notorio rufián, había alcanzado sus grados en el Ejército norteamericano.
Este hombre de la frontera había vivido largos años en las praderas, como cazador de búfalos. AII í había aprendido de los indios sus costumbres, su vida y también cómo mejor aprovecharse de ellos para esquilmarlos. Buffalo Bill, conocedor de la religión animista de los pieles rojas, no ignoraba que estos tenían la creencia fanática que, después de muertos, el Gran Espíritu les arrastraba hacia su morada por los cabellos. De aquí la importancia que revestía para ellos el arrancar a los enemigos (el cuero cabelludo), creyendo así privarles de la vida futura en la Mansión del Gran Espíritu. Buffalo Bill, consecuentemente, les arrancaba la cabellera a sus víctimas pieles rojas, al solo efecto de inspirarles terror. Este hombre, al que la novela, el cine y la televisión han convertido en el (clásico héroe norteamericano del Oeste), fue un hombre que, efectivamente, nunca conoció el miedo, pues estaba formado de la (dura pasta) de los pioneros del Far West como Dan Boone, Davy Crockett y Kit Carson, los tres pilares humanos de la colonización, en esos extensos y ricos parajes de la América del Norte. Junto a éstos, pintoresco, ídolo de las mujeres, magnífico superhombre de una sociedad áspera y violenta, jalonó con sus bandidescas aventuras un ciclo de la historia norteamericana, que comienza el año en que se colocó el último tramo del ferrocarril Unión Pacific. Buffalo Bill pertenece por entero a la idiosincracia de aquella tierra que tenía por frontera el Mississipi nació en lowa y murió en Colorado. William Frederick Cody resalta sombríamente en el gigantesco escenario que la naturaleza ofrece en la frontera, de paisajes agrestes, llanuras inmensas, altivas montañas, ríos turbulentos, selvas misteriosas; el rudo y salvaje Oeste que él ayudó a (pacificar). Este (rostro pálido), cuya frondosa cabellera ansiaban (escalpelar) todos los indios rebeldes, murió tranquilamente a los sesenta y dos años. El Estado de Colorado mandó a oficiar en su memoria un funeral, con gran orgullo de que la ciudad de Denver hubiera acogido su último suspiro. Era el 10 de enero de 1917. En los finales de su vida se habían enriquecido y vuelto a empobrecer varias veces, fue invitado de reyes en Europa y se había paseado desde Londres hasta Viena, Berlín y París, con su actividad final, la de actor de circo; que fue la que lo transformó en millonario. Con su Wild West Show recorrió las capitales del mundo, presentando a viva escena y en espacios colosales, aspectos de la lucha de los colonizadores blancos en el Oeste, acompañado de una trouppe de indios pawnes, sus fieles secuaces. Cody componía obras en las cuales siempre los indios malvados y asesinos perseguían en tropel al (legendario Bill), el cual, siempre astuto, siempre superior, siempre héroe, resistía él solo con su revólver de cabo de nácar y su largo cuchillo y derrotaba a los salvajes a tongas, a miles, en medio del humo y del fuego de chirriantes carretas en ruedo, y de diligencias en cuyo interior se desmayaban bellas damiselas que se abrazaban a su salvador. Las (bellas) que viajaban al Oeste, por supuesto que no eran tímidas damiselas, sino muchas veces damas de variada pinta, tan aventureras como sus acompañantes masculinos, y de su mismo fueste, calibre y puntería. Baste decir que estas damas, (pioneras), de la civilización occidental eran, en su inmensa mayoría, por no decir la totalidad, prófugas de la justicia y de las matronas de burdeles de cuarta y quinta categoría de las ciudades que, bordeaban la frontera. En cuanto a sus héroes, los superhombres a lo Buffalo Bill, de 2 m de estatura, de blonda cabellera y ojos azules, eran la hez de la sociedad: ladrones, asesinos y delincuentes de toda laya. Pues bien, todo este selecto grupo constituía el conjunto de actores del Circo de Buffalo Bill, con los correspondientes accesorios de caballos, diligencias y carretas por supuesto llenas de flechazos (auténticos) y balazos de los indios. Nuestro José Martí, en un articulo publicado en La América de Nueva York en 1884, y reproducido en La Nación, de Buenos Aires, en el que trata sobre William Cody y su circo, señaló: (ahora está sacando ventajas de su renombre y pasea los Estados Unidos, a la cabeza de un numeroso séquito de vaqueros, indios tiradores, caballos, gamos, ciervos, búfalos...) EL DUELO FAMOSO Buffalo Bill, el héroe que encarna a la perfección las virtudes del caballero andante norteamericano de la época, incapaz de una traición -no olvidar, que siempre, los traidores son los indios-, acompañaba al general Merrit al frente de los scouts para perseguir a los cheyennes, y al amanecer del 17 de julio de 1876 salió a rastrear, para ver si los indios habrían cruzado o no el río. Comprobó que no había sido así, pero a su vuelta al puesto de mando de Merrit, hizo contacto con un grupo de pieles rojas, una avanzada del grueso de los guerreros. Estos se hallaban en aquel momento a unos 400 m delante de él y a unos 200 delante de los indios destacados en la caravana. Figuraba entre los pieles rojas uno que ostentaba el tocado y los símbolos del mando y se comportaba como jefe. Este-, al divisar a Buffalo Bill, a quien tenía prácticamente rodeado y al que hubiera liquidado fácilmente, se adelantó y ordenó a sus guerreros que aguantaran el fuego de sus rifles. Buffalo Bill era la presa codiciada para cualquier indio, y ahí estaba. Pero todo jefe cheyenne tiene su código de honor, a su estilo primitivo, y considera que asesinar a un valiente no es propio de un guerrero. Este debe morir en combate. De manera que, dirigiéndose a Buffalo Bill le gritó, en su lengua: -iTe conozco, Pa-he-haskal -iSi quieres pelea, no temas y ven! El tono en que lanzó el desafío era más de burla que de reto. Los scouts pawnees, aterrorizados, adviertieron a Búfalo Bill: -iTenga cuidado, coronel Cody, es Mano Amarilla! (Yellow Hand). Efectivamente, se trataba del temible y joven guerrero, hijo del viejo Nariz Cortada, uno de los caciques más poderosos de las tribus cheyenes, famoso por su habilidad con el tomahawk. Mano Amarilla le propuso batirse con tomahawk o con cuchillo. Buffalo Bill aceptó a tomahawk, en el centro de la distancia que lo separaba del grueso de los pieles rojas. Mano Amarilla avanzó entonces a galope para situarse en el lugar convenido y desmontar allí para entablar la lucha pactada al arma blanca. Lo mismo hizo Buffalo Bill, en sentido inverso. Ambos recorrieron unos 50 m a galope, cuando de pronto, incumpliendo lo pactado, Buffalo Bill se echó a la cara un rifle y le disparó al caballo de Mano Amarilla cuando lo tenía bien cerca. Acto seguido, aprovechando que el cheyenne trataba de salir de debajo de su caballo, se le tiró encima, y con su adiestrada y hábil mano, de un corte, seguido de un rápido tirón, desprendió (el cuero cabeIludo) de! joven caído. De inmediato, lo degolló, y lanzó su despojos hacia los jinetes cheyennes que, espantados volvieron grupas lanzando alaridos de pena. El golpe traicionero de Buffalo Bill había rendido óptimo fruto y produjo el efecto psicológico anhelado. Buffalo Bill se apoderó de las pertenencias del muerto, y cuando llegó con su macabro trofeo al campamento del general Merrit, le dijo a éste: (Aquí
está la primera cabellera por Custer)* CUADERNOS
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