Número 13 Época IV Septiembre 2007 ARTE/CULTURA El mundo prehispánico en la poesía de Rubén Bonifaz Nuño
Flor Díaz de León F Cuando en 1987 se organizó un homenaje a Rubén Bonifaz Nuño, Miguel León Portilla recordó el interés que en los años cincuenta el poeta manifestó hacia el mundo prehispánico. En esa época se había creado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM un curso sobre cultura náhuatl dirigido por el doctor León Portilla. Y el poeta participó durante dos años en esas conversaciones y disquisiciones “sobre las creaciones de la palabra indígena y la lengua náhuatl”1. Nocniuhtziné, totahtziné le ha dicho en muchas ocasiones León Portilla al poeta, es decir, “¡amigo mío, padre mío!”2, reconociendo en Bonifaz Nuño la figura simbólica paterna y la cercana relación de amistad, en un lazo afectivo fraternal y de respeto enorme. Asimismo, otros lingüistas, historiadores y humanistas como Aurora M. Ocampo, Karen Dakin, Claudia Hernández de Valle-Arizpe3 y Mercedes de la Garza han reconocido esta veta no sólo en la poesía de Bonifaz Nuño, sino en su trabajo ensayístico, sobre todo en relación con su preocupación por los orígenes de nuestra herencia cultural como mexicanos y su profundo interés en las lenguas clásicas mesoamericanas (náhuatl, mixteco, quiché, cakchiquel y maya yucateco). Tenemos, así, obras como Destino del canto (1963), algunos poemas de Fuego de pobres (1961)4, Siete de espadas (1966) y El ala del tigre (1969); el texto “La fundación de la ciudad” (1972), libros como El arte en el Templo Mayor (1981), Imagen de Tláloc (1984) y el libro de poemas Albur de amor (1985), donde el poeta “nos entronca […] con las más antiguas tradiciones”5. Al recorrer con detenimiento las páginas de Fuego de pobres, Siete de espadas y El ala del tigre, en la lectura cuidadosa de los poemas sobresalen algunos que hacen referencia al mundo prehispánico, a palabras que se convierten en símbolos y en referentes claves de elementos característicos del legado prehispánico, como la filosofía de flor y canto de los aztecas, su relación horizontal y sagrada con la naturaleza, la presencia de la muerte, la vida guerrera, una cierta tristeza inherente a su carácter e idiosincrasia, su memoria sobre la conquista en la pérdida de sus casas, su tierra, sus deidades, sus mitos, su identidad, en fin, su palabra. Veamos un fragmento del poema número 3 de Fuego de pobres: Y ahora ¿qué me queda?/¿Quién me recuerda, quién me oye? ¿Vendrá otra vez ─y cuándo─ lo que tuve?/Ya nunca igual, ya nunca/lo mismo habrá de ser; ya de otro modo,/para siempre, mi casa; ya distinta./¿Cómo vendrá, si vuelve; cómo el rostro/sabré reconocer de lo que tuve? Y algunos versos más adelante: Miseria de animal desamparado/me hiere; tierra desolada,/tierra vacía tengo desde ahora/Al reclamar tu nombre, la palabra/de ayer, con que te llamo, ya no es tuya. El hombre mexica se vio sometido al despojo y sabe que nada o poco le quedó después de la conquista, que nada es igual, que nadie escucha sus palabras porque éstas ya no nombran, pues ya no les pertenecen como antes. Recordemos que para los tlamatinime, los hombres sabios, “la única forma de decir palabras verdaderas, capaces de introducir raíz en el hombre, es por el camino de las flores y los cantos, o sea del simbolismo y la poesía”6 y a este respecto me parece que en estos poemas de Rubén Bonifaz Nuño encontramos ese espacio precioso que recupera las palabras verdaderas. De este mismo libro, “La mazorca”, “La consumación”, “El regreso” y “El nombre” son poemas que recogen la tradición prehispánica y la expresan en lo que Helena Beristáin considera la combinación de “un intenso trabajo de construcción de sus textos con una poderosa capacidad para sembrar el poema con numerosas y sorprendentes asociaciones de elementos intra y extratextuales, a diferentes niveles […] en la densa textura de su poesía”, y en general, en todo su obra poética, “en el cultivo de tropos”7 (como la metáfora, la prosopopeya, las paradojas, los oxímoros, las antítesis e hipálages, la aliteración, los encabalgamientos). Como lectores, asistimos a la expresión de un lamento por el que transpira una pobreza y un desamparo sobrecogedores: Pues en verdad bien poco que tenemos;/nos calentamos apenas, nuestra cara/hacemos un momento, y nos lo vuelan/todo: la casa pobre, la morada/polvorienta de pobre; la cazuela […] Y entonces, ¿por qué lado,/a qué nopal me acojo, con qué espinas/me coso el alma al hueso, y en qué chile/me curto el corazón para mañana? (Del poema “La mazorca”); o somos testigos de la recuperación o resurrección de una lejana cultura que pervivió a lo largo de los siglos: Por el rumbo del sol cuando amanece/al lugar donde ardiste has regresado. […] Y juntas a tus pueblos en dulcísimo/perfección de mazorca o de racimo,/y das la ley y el rostro de tu rostro/a mis cosas dispersas. Y maduras/con el principio de la gracia. […] Yo, el vestigio ─no más─ de mis abuelos,/de mis señores grandes, te recibo. (Del poema “La consumación”). En los poemas de Siete de espadas (todos de 7 versos), “descubre las correspondencias entre el universo náhuatl, que se hace carne en su poesía y el universo latino que tan bien conoce”8. Aparecen el espejo, el sol, el fuego, la hoguera, la ceiba, la calavera, el enemigo, el corazón, el águila, la muerte, el jade, la serpiente, la tierra, la milpa, el tigre, muchos de ellos como símbolos prehispánicos sagrados, palabras que nos enlazan al universo de significaciones al que hace referencia Hernández de Valle-Arizpe. Veamos el poema 16: Es ya la fiesta, ya es el canto,/cantan ya de la mano. Y sin saberlo/de manos del huésped la reciben./La muerte a palos, para el bueno;/para el valiente, a palos; viene a palos/para el que busca en compañía./Los matan de fiesta, como a ciegos. Me parece que aquí cabe hacer una lectura que nos remite a la matanza que hicieron los españoles, bajo el mando de Pedro de Alvarado, durante la celebración de los aztecas a su dios Huitzilopochtli en el Templo Mayor, relatado en la Visión de los vencidos: “la fiesta […] el canto,/cantan ya de la mano […] de manos […] La muerte a palos […] a palos […] Los matan de fiesta”; destaca el uso que Bonifaz hace de los encabalgamientos y las anáforas, dando ritmo y fluidez, dando fuerza y énfasis. Termino citando un poema que Miguel León Portilla hizo para Rubén Bonifaz Nuño en el homenaje de 1987, como un cuícatl, un canto escrito en español y en náhuatl (presento únicamente el poema en español): Tu palabra, Rubén (Motlahtoltzin, Rubentzine)10 Tu palabra nos trae Y también NOTAS: He requerido de varias lecturas detenidas para la elección de poemas en los que he percibido una referencia al mundo prehispánico y, en particular, al mundo náhuatl en la obra de Bonifaz Nuño. Estas líneas no son sino un mero atisbo a ese mundo. |
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