Arte y Cultura


LA VIOLENCIA GENÉRICA PATRIARCAL Y LA CONSTRUCCIÓN
SOCIOCULTURAL DE LAS MUJERES ANORÉXICAS Y BULÍMICAS

Entre las interpretaciones psicoanalíticas que se han hecho acerca de la bulimia y la anorexia se encuentra aquella que las vincula con la violencia sexual, violación o estupro.

Azucena Ávila Vásquez

En el imaginario colectivo la anorexia y la bulimia en las mujeres jóvenes y adolescentes son atribuidas a la búsqueda enajenada de un cuerpo estilizado, que corresponda con el estereotipo de belleza vigente, incuestionable si dichos cuerpos resultan agradables a las miradas de los otros.

Es un hecho que la mayoría de las mujeres, sean niñas, jóvenes o adultas, viven con sufrimiento y ansiedad el imperativo de la delgadez como lo llama Naomi Wolf (1991). No obstante, esta agresión a las mujeres no es la única forma de violencia.

De acuerdo con Celia Amorós (1990), la violencia contra las mujeres (la violencia de género) tiene que ver con los pactos patriarcales; los hombres se identifican como grupo excluyendo a las mujeres y haciendo del poder su patrimonio genérico. Las mujeres son ubicadas en el topos de lo no-pensado, es decir, ni siquiera se les tiene en cuenta(1). Así pues todas las mujeres son víctimas de violencia, si no de manera directa sí en el género. Las mujeres viven por su condición y situaciones particulares de vida hechos violentos de diversa índole, por su clase, etnia, raza, son sujetas de tipos de violencia específicos.

En la tesis titulada “Mujeres anoréxica y bulímicas. La construcción sociocultural del cuerpo femenino”, revelé que estos males son producto de la violencia de género, que se muestra en sus más variadas formas, como violencia física, sexual, simbólica, afectiva, económica, en la propiedad y como autoagresión.

Ahora bien, defino a las mujeres que padecen de anorexia y bulimia como mujeres que condicionadas genéricamente expresan a través de su comportamiento alimentario, es decir, de prácticas restrictivas, atracones, vómitos y/o privación total del alimento, la opresión social de la que son objeto.

Asimismo, las concibo como construcciones socioculturales enmarcadas en la organización social patriarcal.

Antes de exponer los tipos de violencia que viven jóvenes que padecen de anorexia y bulimia, cabe mencionar que las aseveraciones están fundamentadas en la vida de tres jóvenes con estos males. La violencia de la que estas jóvenes han sido objeto es una violencia que se ha presentado desde los primeros días de su vida y tiene que ver con la condición de opresión de las mujeres que se traduce en discriminación, subordinación y dependencia vital (Marcela Lagarde, 1997).

Violencia física y sexual

La violencia física y sexual, de la cual fueron objeto Martha, Miriam y Mónica va desde las nalgadas propinadas durante la niñez, por sus padres o madres, hasta la agresión física y emocional del abuso sexual.

En la ideología patriarcal los “castigos”(2) hacia los hijos e hijas son vistos como una forma de educar o corregir “el mal comportamiento”. Sin embargo, de acuerdo con Shere Hite (1995), muchas veces las agresiones físicas son muestra del único contacto sexual que los padres tienen con sus hijos. Esta autora, respaldada por una exhaustiva investigación, menciona en el Informe Hite sobre la familia que, “la primera experiencia sexual de muchos niños, pero especialmente de las niñas, es el abuso sexual” (op. cit.:63).

Respecto a lo anterior, entre las interpretaciones psicoanalíticas que se han hecho acerca de la bulimia y la anorexia se encuentra aquella que las vincula con la violencia sexual, violación o estupro, interpretándolas como una manera de resolución sintomal y defensiva.

Con base en lo observado en la historia de vida de Martha puedo decir que, si bien pareciera que la anorexia en esta joven se presentó en efecto como una forma de borrar el cuerpo objeto del abuso (Martha fue abusada sexualmente por su padrastro), por otra parte, tratándose de una joven que vivió un periodo violatorio(3), deja ver que la agresión sufrida estuvo acompañada de otras situaciones que hicieron aún más penoso y doloroso el hecho y que podrían considerarse de igual forma un acto de violencia contra esta joven, como lo fue la falta del apoyo materno ante este hecho. De tal forma que la anorexia en Martha puede responder asimismo a la carencia de la madre, siendo el alimento simbólico de ésta. Se rechaza la alimentación como única manera en que la madre se hace presente.

Cuando un niño o niña pequeño es víctima de abuso sexual por algún familiar, o persona muy allegada con la cual conviva cotidianamente, no puede haber plena conciencia de la violencia por el vínculo afectivo que existe con esa persona. En cierta forma, el abuso, propiciado con engaños y artimañas por parte del victimario, se presenta como una forma distorsionada del contacto cotidiano y del afecto.

En el caso de la niña abusada por su padre, el hecho es más complejo no sólo por la relación afectiva que existe con éste sino porque en su inconsciente la niña ve en la figura paterna el objeto de su deseo. Y al identificarse genéricamente con la madre, que no la desea, identifica a su padre como el único que puede “desearla” sexualmente.

Cuando se adquiere conciencia del daño, la idea de haber consentido se transforma en sentimientos de culpa y de repudio contra sí misma.

El periodo violatorio que Martha vivió se explica cuando conocemos las situaciones particulares de vida de esta joven: primeramente, la edad que tenía cuando se le violentó, siendo una pequeña de seis años; no sólo su pensamiento era inocente sino que se encontraba en la indefensión total; por otra parte, se encuentra el lazo afectivo pero también de dependencia que mantenía con su agresor (su padrastro); más tarde, ya habiendo hecho conciencia de la violencia de la cual fue objeto, se presenta el sometimiento a través de amenazas, la imposición de la idea de consentimiento, así como de propiciación, los sentimientos de culpa y suciedad, la falta del apoyo materno, la dependencia afectiva y económica.

Cuando las mujeres, las niñas, o los niños, son objeto de violencia sexual por parte de alguna persona, por lo general un hombre, con la cual mantienen un vínculo afectivo o existe una relación parental, muchas veces no se denuncia y en el contexto familiar se encubre; así, la agresión se minimiza(4). Sin embargo, subjetivamente la percepción de la vida, de las cosas y de una misma, se ven alteradas a partir de la agresión sufrida. Si no existe reparación al daño, ya sea a través de terapia psicológica o con nuevas experiencias y relaciones afectivas positivas, la forma en cómo la persona es afectada emocionalmente por la agresión sufrida se vive como un continuum, que estará presente en la forma de relacionarse con las personas, en la manera de ser y estar en el mundo.

De acuerdo con Marcela Lagarde, la violencia erótica es “la síntesis política de la opresión de las mujeres. Porque implica la violencia, el erotismo, la apropiación y el daño. Es un hecho que sintetiza en acto, la cosificación de la mujer y la realización extrema de la condición masculina patriarcal”; la violación, como una de las formas de violencia erótica, “es el hecho supremo de la cultura patriarcal: la reiteración de la supremacía masculina y el ejercicio del derecho de posesión y uso de la mujer como objeto de placer y de destrucción, y de la afirmación del otro; se trata del ultraje de las mujeres en su intimidad, del daño erótico a su integridad como personas” (1997a:259).

Así pues, de acuerdo con Catharine MacKinnon (1989), todas las mujeres por el hecho de serlo son violables. De ahí que no importe la condición de cada mujer ya que puede tratarse de niñas, jóvenes, adultas, viejas, incluso aquellas consideradas como más asexuales, según la ideología dominante, como es el caso de las monjas. Al respecto, hay que recordar las denuncias hechas, durante la década de los noventas, por las religiosas Maria O’Donohue y Maura MacDonald sobre los abusos sexuales cometidos contra monjas y novicias en el seno de las congregaciones religiosas.

Por otra parte, en el caso del abuso sexual y del estupro, el hecho de que estén tipificados por las leyes, con características como el engaño y la minoría de edad de la mujer, parecieran recibir la categoría de una agresión menor al considerar violación sólo la penetración vaginal por la fuerza . Sin embargo, los daños colaterales que ocasionan definitivamente marcan de por vida a las víctimas si no hay atención y reparación del daño.

Al ser objeto de violencia erótica resulta imposible que la víctima pueda hacer una disyunción entre su cuerpo violentado y cada nueva relación sexual vivida. Las marcas de la agresión permanecen a través del estado de depresión en el cual se encuentra la persona, y son determinantes en la forma de relacionarse socialmente, la forma de estar y desempeñarse en el trabajo o en la escuela.

Si bien, por un lado, las jóvenes silencian el hecho, con el fin de no ser estigmatizadas o incomprendidas, por otro, está la necesidad de sentirse acompañadas y de ser comprendidas; así, se pretende reparar el daño con la presencia de los otros, no sentirse más en la orfandad. Lo que en realidad se busca es una madre simbólica.

Por otra parte, en el seno familiar, las agresiones son minimizadas y exculpadas, las peleas entre hermanos son vistas como normales, incluso habiendo golpes de por medio. La violencia que se da dentro del contexto familiar sigue siendo asunto de lo privado; las mujeres sienten vergüenza que sepan que sus hermanos, sus esposos o sus padres las golpean o abusan de ellas; asimismo, el vínculo parental y la subordinación en la que se encuentran en sus relaciones familiares las hace permanecer en el silencio salvaguardando la vida familiar. El silencio que opera en el espacio privado de la familia, para que la vida en familia pueda continuar, lamentablemente reproduce la violencia.

Así, se adjetiva la violencia como “accidente” o “producto de un estado psíquico perturbado” con el fin de justificarla. “La agresión está al servicio del orden establecido, y en ese caso, se evita llamarla agresión” (Concepción Fernández Villanueva, 1990).

Si bien los hombres ejercen violencia física contra otros hombres y contra las mujeres, es a través de la violencia sexual contra las últimas que instauran su dominio genérico, la violencia física contra las mujeres es también violencia sexual.

Sin embargo, los actos de violencia física no son sólo propios de los hombres, sino también de las mujeres como seres construidas desde los mismos códigos patriarcales. No obstante, lo que cambia son las situaciones desde las cuales se ejerce la violencia. Los hombres demuestran a través de ésta su machismo y su dominio patriarcal, mientras que las mujeres ejercen violencia como resultado de las situaciones de opresión en las que viven.

Por otra parte, quiero destacar que a pesar de la posición en que se encuentran las mujeres en general, con respecto a ser sujetas de violencia, se dan casos como el de Mónica, otra de las jóvenes entrevistadas, quien teniendo conciencia de sus derechos humanos hizo uso de éstos al pedir la intervención del Estado, a través de la institución competente (el CAVI), para mediar en el conflicto vivido con su madre en el que se presentaron actos de agresión física.

Las situaciones particulares de vida de estas jóvenes presentan un ancho espectro de hechos agresivos en el seno de sus relaciones familiares y sociales, que determinaron de muchas maneras sus actitudes y toma de decisiones en la vida; conocer estos hechos me permitió percibir la violencia en su compleja dimensión, trascendiendo el horizonte de ver violencia sólo donde hay violencia física.

Violencia afectiva

Con la categoría violencia afectiva, traté de cubrir aquellos aspectos que caminan del lado de las carencias: la falta de amor, atenciones, cuidados, respeto a hacer y decir, falta de reconocimiento, respeto a ejercer una libre sexualidad, todas ellas situaciones vividas de forma tan violenta como las agresiones físicas.

Así pues, el ostracismo del cual Mónica es víctima por ser lesbiana, es sólo el ejemplo de las agresiones no físicas de las que pueden ser objeto las mujeres y que está ligada a los afectos.

El ostracismo del cual se hace objeto a las personas es una de las formas más comunes de ejercer violencia contra otro. En el caso de Mónica, su orientación sexual lésbica le ocasionó el rechazo y ser estigmatizada por su familia. Ser lesbiana se sumó, como un defecto, a la rebeldía presentada durante la adolescencia cuando Mónica dejó el hogar materno para irse a San Luis.

La violencia afectiva se concreta en todas aquellas injurias y agresiones verbales, así como en actitudes discriminatorias y de marginación recibidas por parte de las personas con las que se sienten implicadas emocionalmente. Está implícita en la forma en cómo se ve afectada la persona en su estado mental.

La violencia en los afectos está muy ligada a la violencia simbólica en el sentido de que, la persona es objeto de agresión no física, pero sí mental. Según Bourdieu, la violencia simbólica “se constituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente a la dominación) cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador y que al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural; o, en otras palabras, cuando los esquemas que pone en práctica para percibirse y apreciarse, o para percibir o apreciar a los dominadores son el producto de la asimilación de las clasificaciones de ese modo naturalizadas, de las que su ser social es producto” (2000:51). Asimismo, la violencia afectiva y mental es consecuencia de otros tipos de agresiones, como son la violencia física, sexual, o en la propiedad.

La autoagresión

¿Es posible hablar de autoagresión cuando las mujeres están condicionadas a agredir sus cuerpos?

Considero que la autoagresión es un término construido desde la ideología patriarcal que señala que las mujeres se dañan a sí mismas porque no se quieren, porque tienen una baja autoestima, como algo que dependiera sólo de la voluntad de la persona, dejando de lado que la violencia contra una misma está condicionada socialmente.

Las jóvenes que padecen de bulimia y anorexia en efecto realizan actos agresivos contra su persona y su cuerpo; privarse del alimento, siendo su satisfacción una necesidad, pero a la vez una actividad que produce placer, es una forma de ejercer violencia contra una misma.

Asimismo, tanto la anorexia como la bulimia crean en el aspecto físico corporal de las personas, una serie de desórdenes en el organismo de tal forma que en los casos menos severos éstas padecerán permanentemente de gastritis y/o colitis. En los casos más críticos de desgaste físico y mental se llega a la muerte. Por lo tanto, las mujeres que padecen anorexia y bulimia poco a poco van cavando su tumba.

Por otra parte, si bien, según la descripción clínica, la persona que padece anorexia obtiene placer al privarse del alimento, así como gozo ante el cumplimiento de su deseo, existiendo una satisfacción real ante el control de su ingesta y por tanto de su cuerpo; tanto en la investigación empírica como en la literatura de estas enfermedades existe la referencia constante de un sentimiento de vacío interno y sufrimiento.

Por ejemplo, en el caso de Martha, esta joven golpeaba su cuerpo ante sentimientos de rabia y desesperación presentados en momentos de mayor depresión; la autoagresión se presentaba entonces como una forma de desquitarse simbólicamente de aquella persona por quien fue agredida, o bien de castigarse por haber “permitido” el daño.

Sin embargo, si bien el término autoagresión se refiere a la violencia que se ejerce contra una misma, ésta no puede considerarse como algo voluntario.

Represión sexual

Las jóvenes que padecen anorexia y bulimia fueron condicionadas para ver sus cuerpos como impuros, sucios, feos, deformes, a través de los juicios hechos sobre éstos por sus familiares y en general por la sociedad. Las críticas y juicios son una forma más de represión sexual.

En los casos estudiados, me encontré con el hecho de que la información sexual que tuvieron las jóvenes, por parte de sus madres y padres, ya fuera en la verbalización, a través del silencio o en la enseñanza de las relaciones cotidianas, estuvo dotada muchas veces de una carga moral muy fuerte que lo único que transmitía era la represión.

La represión se manifiesta de distintas maneras según las normas religiosas, morales y socioculturales. Así, en nuestra sociedad, que se rige de acuerdo a los principios religiosos judeocristianos, las jóvenes, aun sin profesar alguna religión, han sido formadas en la ideología de la represión, de la culpa y el temor.

Las mujeres son enseñadas desde la infancia a percibir sus genitales como sucios o peligrosos, en el sentido que hay que ocultarlos por ser objeto del deseo masculino. Las niñas, de frente a la necesidad de saber y conocer su sexualidad, se topan con la censura social; así pues, inhiben sus capacidades de exploración y descubrimiento sobre sus propios cuerpos al internalizar los argumentos que les señalan “no se debe hacer”, “es sucio” o “es malo”. Por ejemplo, durante la adolescencia, cuando la corporalidad femenina toma forma de “mujer”, la pureza sexual debe ser preservada.

Uno de los hechos sexuales más importantes en la vida de las mujeres es la menstruación; sin embargo, en las sociedades androcéntricas este hecho sigue siendo un tabú. Por ejemplo, Mary Douglas destaca en su libro Pureza y peligro (1978) cómo el sangrado menstrual, según los principios religiosos, es considerado causante de impureza, para tal efecto recurre a la Biblia como documento histórico.

“[...] la mujer que tiene su flujo, flujo de sangre en su carne, estará siete días en su impureza. Quien la tocare será impuro hasta la tarde. Aquello sobre que durmiere será impuro, y quien tocare su lecho lavará sus vestidos, se bañará en agua y será impuro hasta la tarde...” (Levítico 15).

La represión sexual confina el desarrollo de las mujeres como seres humanos, construye muros que no le permiten adquirir madurez y por tanto decidir sobre sus cuerpos libremente.

Frente a la represión sexual, la culpa es uno de los principales mecanismos que se activan; algunas mujeres se sienten culpables de conocer sus cuerpos, del placer que éste les puede otorgar porque simbólicamente los placeres están del lado del pecado. Pero, al mismo tiempo que existe esta represión, nos topamos también con que hay un interés cada vez mayor por una sexualidad libre; sin embargo, esta mayor “libertad sexual” se ha convertido en una demanda, característica de las sociedades posmodernas.

Así, si bien las mentalidades están transformándose en la lucha por desmontar los tabúes sexuales, resultando en una mayor libertad de expresión, en flujo de información y necesidad de conocimiento, no obstante los códigos sexuales moralizantes siguen primando por encima de las necesidades humanas. Se libra así una lucha interna en cada individuo con respecto al deber ser y la realización del deseo y la libertad.

En el caso de las mujeres, la represión se presenta en dos vertientes, una desde el desconocimiento de su propio cuerpo y su funcionamiento físico-biológico, y la otra que actúa en el nivel de las sensaciones y las emociones. Así pues, la represión sexual, que es la represión del deseo y de los placeres, es a la vez la represión no sólo del placer que se puede obtener en la relación con el otro o la otra, sino en la vivencia de sí misma, del propio cuerpo y de la propia sexualidad. Por supuesto, hay que recordar que la represión que cada mujer vive con respecto a su sexualidad depende de sus situaciones y condiciones de vida.

Bibliografía

Amorós, Celia, “Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales” en Violencia y sociedad patriarcal, Madrid, Pablo Iglesias, 1990, pp39-53
Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, Col. Argumentos, 2000.
Douglas, Mary, Símbolos naturales, España, Alianza, 1978.
Fernández Villanueva, Concepción, “El concepto de agresión en una sociedad sexista” en Violencia y sociedad patriarcal, Madrid, Pablo Iglesias, 1990, pp17-28.
Hite, Shere, Informe Hite sobre la familia, España, Paidós,1995.
Lagarde y de los Ríos, Marcela, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Col. Posgrado, 1997.
MacKinnon, Catharine A., Hacia una teoría feminista del Estado, España, Cátedra, col. Feminismos, 1995.

Notas

1. El topos es “un lugar común de referencia como ubi desde el cual cobra su sentido la práctica de autodesignación” (Celia Amorós,1990:43).
2. “El castigo se convierte en una experiencia profundamente traumatizante que va más allá del dolor sufrido ¿por qué? Porque el niño no puede reaccionar contra él de forma alguna, ya que le está prohibido defenderse o vengarse, de modo que se queda con una rabia desprovista de poder impotente, que a veces queda incluso borrada de la memoria, dejando tras de sí un halo de emociones extrañas para el resto de su vida. La imagen desaparece pero el ambiente permanece; y la definición de amor se hace más confusa, especialmente si no se recuerda este proceso” (Shere Hite,1995:61).
3. En los casos en que la persona agredida comparte cotidianamente el mismo espacio que su agresor, es común que la agresión perdure por años. En esos casos debe hablarse de un periodo violatorio, según la categoría utilizada por la antropóloga Marcela Lagarde. De acuerdo con esta autora, “es posible mantener el sometimiento por violación de la mujer acosada por ejemplo a través del terror, al intimidarla con amenazas, o hacerle promesas que consiguen su silencio, o por una mezcla de terror y servidumbre voluntaria... Es común, por otra parte, la amenaza que pone el mundo al revés: el violador amenaza con denunciar a la mujer de haber sido seducido y homologa en su discurso la seducción femenina con la violación masculina... En esta concepción cristiana sobre la maldad erótica de la mujer o su lascivia inherente, siempre es posible pensar que la violación fue provocada por la mujer (Marcela Lagarde,1997a: 273).
4. Tanto los niños como las niñas son seres vulnerables a la violencia sexual, sin embargo, de acuerdo con Catharine MacKinnon, “La vulnerabilidad que las niñas comparten con los niños –edad- se disipa con el tiempo. La vulnerabilidad que las niñas comparten con las mujeres –género-, no” (1989:314).
5.. El abuso sexual, el estupro y la violación, están tipificados en el Código Penal para el Distrito Federal (2002), Título Decimoquinto referido a los Delitos contra la Libertad y el normal desarrollo Psicosexual, Capítulo I. En los artículos 260 al 266bis.
Respecto al delito de abuso sexual se encuentran los artículos 260 y 261 los cuales estipulan lo siguiente: “Art.- 260 Al que sin consentimiento de una persona y sin el propósito de llegar a la cópula, ejecute en ella un acto sexual, la obligue a observarlo o la haga ejecutar dicho acto, se le impondrá de uno a cuatro años de prisión... Art.- 261.- Al que sin el propósito de llegar a la cópula ejecute un acto sexual en una persona menor de doce años o persona que no tenga la capacidad de comprender el significado del hecho o que por cualquier causa no pueda resistirlo, o la obligue a observar o a ejecutar dicho acto, se le impondrá de dos a cinco años de prisión. Si hiciere uso de la violencia física o moral, el mínimo y el máximo de la pena se aumentarán hasta en una mitad”. Mientras que en el caso de estupro se señala en el “Art.- 262 Al que tenga cópula con persona mayor de doce años y menor de dieciocho, obteniendo su consentimiento por medio de engaño se le aplicará de tres meses a cuatro años de prisión”.
El delito de violación, por su parte, está reglamentado en el Art. 265 que dice “Al que por medio de la violencia física o moral realice cópula con persona de cualquier sexo, se le impondrá prisión de ocho a catorce años. Para los efectos de este artículo, se entiende por cópula, la introducción del miembro viril en el cuerpo de la víctima por vía vaginal, anal u oral, independientemente de su sexo. Se le considerará también como violación y se sancionará con prisión de ocho a catorce años al que introduzca por vía vaginal o anal cualquier elemento o instrumento distinto al miembro viril, por medio de la violencia física o mora, sea cual fuere el sexo del ofendido”.