Número 08                                               Época IV                                     Marzo 2006


La comunicación mediática mexicana
a la luz de sus formas míticas

“Los mitos no son otra cosa que una demanda incesante, infatigable, una exigencia insidiosa e inflexible de que todos los hombres se reconozcan en esa imagen eterna y sin embargo situada en el tiempo que se formó de ellos en un momento dado como si debiera perdurar siempre. Porque la naturaleza en la que se encierra a los hombres con el pretexto de eternizarlos no es más que un uso, y es justamente ese uso, por más difundido que esté, el que los hombres necesitan dominar y tyransformar.”
Roland Barthes, en Mitologías

Georgina Paulín

Introducción

Una de las características del mundo contemporáneo es su propensión a la oralidad, favoreciendo con ello el proceso de su reivindicación y simultáneamente la atención hacia la comunicación oral. Pues, como señala Ong: “(…) el mundo erudito ha despertado nuevamente al carácter oral del lenguaje (…)”(1); en efecto, ahora se está reconsiderando que el mundo del sonido constituye el ambiente natural donde el ser humano actualiza su potencial como locutor u oyente. Mientras que la escritura, si bien habilita al hombre para que éste desarrolle sus capacidades como escritor o lector, en cualquier etapa del desarrollo, esta modalidad es un ejercicio artificial que depende de la oralidad primaria (cara a cara).

Sin embargo, la revaloración de la oralidad no puede circunscribirse al mundo académico, ni tampoco limitarse a la reflexión de los eruditos, o al reconocimiento del fenómeno como tema de estudio científico. Más allá de su legitimación académica, desde las últimas décadas del siglo XX se vive, experimentando y propiciando, un complejo sistema de comunicación y de representación del mundo promovido por los llamados medios de comunicación de masas, y más recientemente denominados “medios de comunicación desmasificados” (Toffler, La tercera Ola 206).

En efecto, tales medios, productos de la actual cultura de alta tecnología, han propiciado la “oralidad secundaria (…) en la cual se mantiene una nueva oralidad (…) que (…) depende de la escritura y la impresión”(2). Ello supone, pues, que el desarrollo del imaginario expone formas culturales distintas de percibir y entender el mundo; específicamente, nos permite inferir la presencia de cambios psicosociales en los modos como el hombre necesita al mundo, y del mundo. Y ello en razón de que la oralidad secundaria se desarrolla en un contexto social inmerso en una variedad de medios masivos (espaciales y temporales), que en su complementariedad articulan formas masivas de transmisión que los estadios anteriores –temporales en las comunidades orales y espaciales en las sociedades con escritura– no existían.

Y se habla aquí necesariamente de medios masivos, ya que son éstos el resultado de las exigencias que el propio mercado simbólico capitalista* impone como base para la comunicación mediática. Así, en tanto comunicación mediática no asiste a las necesidades experienciales que supone una comunicación cara a cara, sino, más bien, a las propias de una cultura que ha sustituido la situación por la dispersión espacial, en tanto mantiene como esencial el factor de inmediatez en el proceso comunicativo. Es decir, las necesidades de una cultura cuyas fuentes de experiencia son buscadas, y valoradas en alto grado, en la explosión informativa que otorgan los medios masivos: cultura mediática, pues, donde las experiencias son “mediadas”, y no vividas –y difícilmente convividas.

En las sociedades capitalistas, los procesos establecidos en las fábricas propiciaron formas de regulación social: y en estas formas se encuentra, sin duda, la uniformización de los posibles comportamientos y relaciones sociales en la composición de los mensajes. Así, en las sociedades industrializadas el capitalismo “al avanzar sobre un país tras otro, destruyó el monopolio de las comunicaciones (medios) y esto ocurrió (...) porque la tecnología y la producción en serie de las fábricas necesitan movimientos masivos de información...”(3). En consecuencia, esta uniformidad social aparente conforma, al mismo tiempo, una idea de uniformización que se sustenta, reproduce y contrapone en el imaginario social.

En razón de lo anterior, los objetos producidos en una determinada cultura tienden a ser empleados como factores de mercado, o bien como objetos mismos de consumo, y en este sentido adquieren una representación diferente del contexto que les dio origen: a saber, se presentan como objetos y factores de intercambio dentro del contexto mercantil.

La dispersión espacial en la transmisión de información, generada por los medios masivos, se convirtió en tierra fértil para un proceso consecuente: la globalización. Cimentada a partir de la extensión transoceánica de los mercados (internacionalización), y con el paulatino establecimiento de organismos y empresas de presencia multinacional (transnacionalización), la globalización se define como “un nuevo régimen de producción del espacio y del tiempo… más que un orden social o un único proceso, es resultado de múltiple movimientos, en parte contradictorios, con resultados abiertos, que implican diversas conexiones ‘local-global’ y ‘local-local’…”(4)

Así pues, es una etapa, según García Canclini, donde convergen procesos económicos, financieros, comunicacionales y migratorios que “acentúan la interdependencia entre vastos sectores de muchas sociedades y genera nuevos flujos y estructuras de interconexión supranacional”(5). Por tanto, es necesario considerar a la globalización como una consecuencia inevitable de la sociedad industrial. Y en este sentido, los componentes que permanecen inmersos en este “globo” capitalista no escapan, esencialmente, al mismo proceso que les dio existencia, generando al interior del sistema una contradicción: la desmasificación en los componentes... y entonces la unidad global se rompe…

Luego entonces, los medios masivos se encuentran inmersos en una dinámica diferente del sistema industrial centralizador que les dio origen, pero que se desarrolla en el propio campo trazado por aquellos. En su función unificadora del globo “los medios de comunicación de masas lejos de extender su influencia, se ven de pronto obligados a compartirla. Están siendo derrotados en muchos frentes a la vez por lo que yo llamo los medios de comunicación desmasificada”(6).

En consecuencia, se ha generado una sinergia social en donde cualquier persona es capaz de construir, potencialmente, su propio medio; proliferando, así, la multiplicidad de medios locales. Con la creciente diversificación de medios se gestó, por tanto, una dispersión de la información: generando con ello una multiplicidad de imágenes del mundo, realidades que integran, en el último de los casos, una continuidad real, pero sólo existente de forma tangible en la diversidad de sistemas y medios de información (masivos y electrónicos).

Esta continuidad cambia sustancialmente las formas de expresión y relación humanas: el desarrollo tecnológico de las redes y sistemas comunicacionales ha cerrado el ciclo de información, dotando a los medios de una renovada capacidad para dar y recibir respuestas. Se materializa, entonces, la propuesta teórica de la retroalimentación, formando con ello una imagen de trascendencia social, el pináculo de las ideas globalizadoras: la simulación de interacción.

Partiendo de esta interacción, la oralidad secundaria se comprende como una imagen funcional mediática: imagen en tanto se realiza en el marco de las posibles formas mediáticas de expresión, en la continuidad de realidades posibles; funcional, mientras cumpla con los factores de inmediatez y acercamiento virtual; y, sobre todo, mediática, pues al ser una forma de expresión requiere de los “medios materiales” para su realización –diferente a la oralidad primaria, la cual supone la interacción con la única mediación de la lengua–, mismos que no son accesibles para la población en general.

En este tenor de ideas, es importante hacer notar que el mito representa una de las formas medulares que adoptan los mensajes, para mantener y validar los diversos tipos de comunicación con los cuales se experimenta, manifiesta, valida, retroalimenta y utiliza la oralidad contemporánea. En efecto, el mito (Barthes, Mitologías 221) en tanto lenguaje de connotación utiliza los signos (significante y significado) de la lengua natural, como significante o expresión de su propio sistema.

Este significante del segundo sistema está constituido a su vez por un sentido que se llena con el contenido del primer signo y así mismo con una forma vacía; además de construir un nuevo significado o concepto; finalmente, la unión de todos estos elementos origina un nuevo signo.

En estas relaciones pueden darse diversos usos y lecturas del mito; a saber: 1) cuando el nuevo concepto llena la forma del signo-mito y lo convierte en un símbolo, 2) cuando el concepto deforma el sentido y la forma del signo-mito, luego quien distingue ese sentido, esa forma y la deformación, puede deshacer la significación del mito, y 3) se puede leer el mito tal como se presenta su significante, esto es, su sentido y forma se contemplan como un todo.

A la luz de este contexto, en México la racionalidad industrial encuentra terreno fértil para difundir, con las posibilidades de la oralidad secundaria, sus propias formas de legitimar la existencia de un sistema que es, al mismo tiempo, fundamento cultural permisible para la existencia de esas formas.

Así entonces, el siguiente ensayo de lectura tiene por objeto ilustrar y resaltar las formas expresivas que se articulan en los procesos de la comunicación masificada y desmasificada; expresiones mediáticas, pues, que reflejan los contenidos vertidos en diferentes textos de índole política, propagandística, informativa... que componen el universo continuo –realidad– de la producción cultural de, y en, los medios masivos.

Los discursos políticos en la comunicación masificada

Una muestra de formas expresivas que evidencian el principio de uniformización comercial/administrativo, característicos de la comunicación masificada, son los discursos oficiales mexicanos, particularmente los expresados desde 1988 hasta la fecha, bien pueden contemplarse como un gran entramado de las fuerzas que tejen nuestros destinos. Pero la urdimbre de esos discursos, más que un alumbramiento de formas nuevas, se ha constituido en estratagema penelopiana.

Aunque en el caso de quienes utilizan los discursos como instrumentos de ese ardid sus propósitos se infieren de la textura de su entramado discursivo, cuyas formas, unas veces, pudieran evocarnos la imagen de una fidelidad a la democracia plural y tolerante, y tal vez un “vacío” que el receptor llenaría con la conjetura optimista en torno a un aplazamiento del modelo neoliberal; sin embargo, las más las veces nos remite a la idea de una lealtad al gobierno autoritario de la tecnocracia moderna y, nuevamente, un “blanco” que se obscurecería con la presunción pesimista, por parte del receptor, de un retardo en la construcción de la Nación Mexicana.

Podría argumentarse que los cambios y las transformaciones son la esencia de la dinámica social, y el “hacer y des-hacer” son acciones consecuentes. Pero, la acción por si sola no asegura ni la dirección, ni el sentido del cambio, y cuando no hay claridad en una y en otro, los espectadores de esa actuación –específicamente la discursiva– tendrán que descodificarla, interpretarla o adivinarla, de acuerdo con las posibilidades de su competencia lingüístico/social y político/económica.

Pero, si los receptores no siempre pueden descifrar –por su competencia insuficiente– las palabras y los encadenamientos de significantes que se eligen para justificar los tópicos, las estrategias “no expresadas” que se vierten en la forma del discurso, que fundamentan “veladamente” la “verdad única” e impone su diferencia “en lo que no se dice”, estimulan nuestra memoria mítica y posibilitan la participación –no siempre consciente– en el juego de la simulación.

Así, “el mito de la unidad” (Dumoulié, Por una ética de la crueldad) trabaja en la presencia de los discursos oficiales que lo hacen presente, tal es el caso de las siguientes expresiones:

“...la disposición al diálogo fortalece la Democracia... debilita el autoritarismo... construir la democracia... sin rencores ni prejuicios... construir la armonía y pluralidad... unidos en una convicción democrática para alcanzar consensos... un logro de todos... democracia para la unidad” (Discurso Oficial Mexicano: “Mensaje a la Nación”; 5 de febrero de 1995).

“Porque siendo diferentes podemos convivir... Pluralismo, Valor de la Democracia”, “Porque el respeto a las Distintas formas de ser y pensar es la base de la convivencia... Tolerancia, Valor de la Democracia” (Propaganda del Instituto Federal Electoral; 1996).

El recuerdo del “Eterno Reposo” se hace presente en el deseo por reencontrar la “armonía”. Pero, en la “unidad” coexiste la “pluralidad”, y esta contradicción hace desobedecer la “Ley del Uno”, imponiendo la propia diferencia y, al hacerlo, más se afirma la existencia del “otro”. Por eso, el llamado a la unidad siempre será causa de anarquía y violencia.

No obstante, en lugar de resolver la diferencia, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en ese entonces se asumió como portador del “pensamiento único”, ejerció chantaje sobre toda reflexión crítica: pues en nombre de la modernización, del realismo, de la responsabilidad, de la razón y de la inevitable evolución modernizante, arrojaron en las tinieblas de lo irracional todo aquello de quienes se rehúsan a aceptar que el “estado natural” de la sociedad es el mercado.

Muestra de lo anterior es la propaganda que del PRI se transmitió (abril, 1997) por canales televisivos mexicanos:

“Sí se puede perder todo de la noche a la mañana: tu familia, tu educación, tu trabajo... lo has logrado con esfuerzo y experiencia.
El PAN y el PRD ofrecen un cambio como por arte de magia, esto no es posible, y se arriesga lo que tenemos.
Tú decides el futuro de México.
Vota por el PRI.
Porque México eres tú, México es primero”.

Esta propaganda no oculta el chantaje emotivo, ni vela su mensaje intimidatorio, y mucho menos disimula la imposición de su “diferencia”; contribuyendo, con ello, a avivar el conflicto de la contradicción.

Pero eso es consecuencia de la confusión que tal partido y sus cuadros dirigentes han propiciado desde 1970, cuando empezaba a perfilarse el modelo neoliberal, y con ello la ruptura entre “Naturaleza y Cultura”. A partir de entonces, la competencia de los mercados se empieza a contemplar como la única fuerza motriz. Paulatinamente se introduce el modelo progresista y modernizante, cuya idea de superación sustenta y dirige la disposición y planificación técnica de la naturaleza; buscando siempre resultados que aseguren la supervivencia del sistema, reduciendo todo al “valor de cambio”.

La práctica se ha generalizado, y su vigencia se encuentra aún ahora, en el llamado “Gobierno del Cambio”. En una amenaza velada, y aprovechando el contexto de crisis generado por los desastres de causas climáticas, el presidente Vicente Fox ha lanzado una advertencia: “Están por llegar propuestas, promesas, pero también muchos actos de demagogia y de populismo, de engaño, de parte de algunas propuestas políticas. Tendremos que ser muy cuidadosos en asegurar la responsabilidad, en asegurar respeto a la dignidad de cada persona en este país” (Nota Informativa: “La ayuda no será de gorra: Fox”. En Diario Milenio, Año 6, No. 2119, Sección Estados, pag. 20; 19/10/05). En un claro señalamiento, el mensaje pronunciado por el presidente es un llamado a la desconfianza mutua, pues el “respeto” y la “dignidad” peligran a manos de los agentes del engaño y la irresponsabilidad.

Más aún, y hablando de mitos, para ilustrar este uso sirve la propaganda actual (mayo, 2005) del gobierno mexicano del cambio, que se transmite por medios televisivos, donde indígenas en su lengua materna (indígena) alaban los beneficios recibidos por el gobierno del Presidente en gestión: aquí, el signo “los indígenas” (que reciben y agradecen), en su relación con los vocablos “gobierno del cambio”, articulan un mensaje donde el productor del mismo utiliza el primer signo (indígenas) como la forma que representa el símbolo del cambio. Ahora bien, para el consumidor de mitos, quien contempla el sentido y la forma del signo-mito como un todo, lo descodificará como la presencia del cambio. No obstante, una mirada analítica permite descubrir la deformación del signo, y entender que el signo (indígenas) es la coartada del gobierno del cambio. Sin embargo, lo que aquí resalta es el chantaje emotivo con propósitos diferenciadores.

Así también ocurre en el video/spot titulado “Antes”(de la serie Rumbo al quinto Informe de Gobierno. Agosto, 2005. Cuarto video de la serie), donde la figura del presidente se reviste con la indumentaria del mito del “cambio”, lo que nos puede llevar a la interpretación de que esta figura presidencial se pretende el Espíritu absoluto –de corte hegeliano–, aquel que por encima de los demás, y separado de ellos, cree haber reflexionado de sí mismo, de su historia pues (como versa el video) “a la gente se le olvida que antes...”; pero el supuesto Espíritu foxista ha cobrado conciencia de sí y para sí, pues contundente señala en el video que “A mí no se me olvida porque llevo cinco años trabajando para que este país no sea el de antes...”

Y ya revestido como el Espíritu Absoluto en sí mismo, pretendiendo mostrarse como el motor de la historia, del “cambio” histórico que posibilita el desarrollo y la evolución, se presenta así mismo como la autoridad capaz de sentenciar, imponer y dirigir las acciones de todos aquellos que no se han percatado del “valor histórico” de este nuevo Espíritu foxista: “Espero que a ti tampoco se te olvide... porque el que se olvida de su historia está condenado a repetirla”.

En este sentido, en el video/spot llamado “Vivienda” (de la serie Construyendo un México fuerte. Septiembre, 2005. Cuarto video de la serie), no sólo refuerza la interpretación en torno a su pretensión de mostrarse como Espíritu Absoluto, al asociar sus acciones presidenciales con los vocablos “marcha” e “historia”; sino que, además de poner en movimiento la historia, es un Espíritu foxista que se piensa capaz de propiciar la universalización y, por tanto, la unidad de los individuos pues señala: “la solidez económica que hemos logrado juntos nos permitió poner en marcha...”, y es este supuesto grado de conciencia histórica, lo que le permite al Espíritu universal establecerse como la autoridad que, nuevamente, dirige y advierte: “cuando los mexicanos trabajamos juntos, unidos, nadie nos para”. Refiriendo con esto, nuevamente, el mito de la unidad que, como se ha señalado antes, viene a ser un efecto de las sociedades contemporáneas industriales y masificadas.

Un mito que subsiste y persiste en todos los ámbitos de las sociedades capitalistas, en general, y de la mexicana, en particular. Mito, entonces, que no escapa por supuesto a ciertas esferas de la sociedad, diferentes de la clase política; pues el reciente Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, el Desarrollo y el Empleo, no sólo busca integrar** a los empresarios, sino también a los académicos y representantes de la sociedad civil.

Y es este un mito que encuentra su refutación en la experiencia misma, pues esta “unidad”, por un lado, olvida la materialidad específica que une y relaciona a los individuos, convirtiendo a este hecho en lo que Marx llamaría un “absurdo político”; y por otro, sólo integra una parte específica de la sociedad –y se hace referencia a aquello que Marx ya había apuntado como división verdadera del trabajo, una relación de lo social que separa el trabajo físico del intelectual–, imponiendo de nueva cuenta una división clasista de la sociedad, mostrando así la unidad del grupo intelectual, separándolo del que trabaja con su físico.

El efecto mediático en la educación en México

A partir de la década de los ochenta, el tema de la modernización del Sistema Educativo Mexicano ha estado presente, no sólo en los discursos oficiales, sino también en las reformas de planes y programas que se han venido realizando en los diferentes niveles de educación.

En términos discursivos, los elementos lexicales que, desde aquel entonces, se emplean sucesiva y simultáneamente dentro de los mensajes oficiales, y que en la actualidad (principios del 2000) constituyen parte del subcódigo de los funcionarios públicos, son los vocablos: modernización, pluralidad, tolerancia, democracia y equidad, entre otros.

Evocando el discurso de los ochenta, la prensa escrita resaltó en sus titulares el tema de “la modernización educativa en México”; tal quedó inscrito en la célebre frase salinista: “La modernización requiere un cambio de mentalidad, y éste sólo se logrará mediante la educación”. En aquella época, los medios de comunicación masiva espectacularizaron tanto lo enunciado en el ámbito educativo, como lo propio en las representaciones sobre el fenómeno de la Democracia, donde el discurso resignificaba la pluralidad y tolerancia dentro de una estrategia de simulación humanizante.

En cuanto a las acciones encaminadas a la modernización educativa, la instrucción asistida por computadora se planteó como una alternativa idónea para tal propósito; pues, de acuerdo con los especialistas, los programas por computadora proporcionan: una enseñanza objetiva, en términos de neutralidad ideológica; y un aprendizaje eficaz, en razón tanto de un eficientismo pragmático como de un reduccionismo educativo, al circunscribirse sólo al proceso de instrucción.

En efecto, es claro que la modernización, como un proceso de la modernidad, gira en torno a la ciencia que se va adjetivando como moderna en razón de la técnica, la cual no sólo tiene un sentido meramente tecnológico, sino también tiene un significado metafísico, en cuanto lo técnico caracteriza un modo de relación entre el hombre moderno y su mundo circundante. De acuerdo con lo anterior, “técnica” no significa sólo un conjunto de computadoras, sino que hay computadora porque la época es técnica.

Entonces, no existe contradicción aparente entre la afirmación “la modernización requiere un cambio de mentalidad”, y la propuesta “el cambio de mentalidad se logra por la educación”. Puesto que suponemos la creencia sobre educación como proceso, mediante el cual se introyectan y transforman paradigmas cognitivos, valorativos y vivenciales.

Empero, el problema del vínculo modernización-educación debe contemplarse en su estructura profunda; el del proyecto matemático de la naturaleza al que deben sujetarse todos los fenómenos que pueden ser aprehendidos y controlados por determinaciones cuantitativas. Pues esa visión cientificista es la que califica a la técnica como “valorativamente neutra”, y la que ha hecho que estudiosos y especialistas de las nuevas tecnologías de punta vean en ellas herramientas que proporcionan enseñanza objetiva, aseguren aprendizajes eficaces y casi anulen el papel del profesor dentro del proceso educativo.

Sin embargo, la racionalidad es puesta en solfa cuando se lucha por la reivindicación de lo humano, y con ello por la re-simbolización de la pluralidad y de la tolerancia. Por su parte, la pluralidad y la tolerancia implican también un cambio de mentalidad, que haga posible transitar de lo racional a lo humanístico, lo cual requiere que el proceso educativo se oriente hacia la formación de mentalidades que busquen SÍ, la eficiencia y la eficacia, PERO para vivir y convivir en la diversidad (humana), unidos pero no unificados.

No obstante, una década más tarde (1993), el entonces Secretario de Educación, Ernesto Zedillo, en reuniones celebradas en Wisconsin y Vancouver, con motivo del Tratado de Libre Educación, compartió la meta propuesta por sus homólogos canadienses y estadounidenses: educar en una misma mentalidad norteamericana. Con lo cual se hizo patente la simulación del discurso presidencial; el juego de la cultura mediática y su estrategia homogeneizadora para capacitar autómatas que sirvan a los intereses de las sociedades post-industriales.

Ahora bien, si en este siglo XXI lo que se busca es recuperar el sentido social humanista, los docentes deberán reivindicar su papel de maestros. Empero, aún cuando en las “Bases para el programa 2001-2006 del Sector Educativo" se reitera la posibilidad de tal reivindicación, el modelo pedagógico que se ventila, constituido por diversas corrientes de pensamiento (Educación como Formación; Educación como capacitación y adoctrinamiento; Educación diferencial, con sus respectivas diferencias y grados de eficacia), nos lleva no sólo a alertar sobre la posibilidad de un discurso mediático similar a los anteriores, sino el problema de que algunos de sus postulados y objetivos llevan a interpretaciones tales que permiten establecer tanto proposiciones como sus negaciones.

A manera de ejemplo, existen incongruencias en cuanto es posible inferir la afirmación: “es necesario el sujeto-educador para desarrollar al sujeto-educando”, así como su negación “no es necesario el sujeto-educador para desarrollar al sujeto-educando”.

En tal sentido, la instrucción asistida a través de la computadora, y su consecuente dispersión espacial, ha facilitado la estandarización de los diversos programas de estudio, los cuales no sólo se estructuran en aras de la capacitación y del adiestramiento, sino que además pueden ejecutarse en dinámicas que comprenden periodos breves y determinados. Así pues, la figura del maestro-enseñador, en tanto formador, se convierte ahora en técnico-instructor, cuya labor primordial radica en su competencia como adiestrador laboral.

Lo que, evidentemente, al contrastar con el esquema tradicional, que se ha mantenido cuando menos en las referencias de los profesores, se convierte en detonador de conflictos latentes, aflorando en discursos contestatarios que alertan contra la reforma educativa y el programa foxista de “enciclomedia”, exponiendo el peligro que representan para la educación formativa al pretender limitar el proceso docente a una práctica mecanizada, y el papel del maestro a “tutores escolares” (Propaganda. Trabajadores de la Sección IX, X y XI del Distrito Federal del SNTE. “Defender la Escuela Pública es tarea de todos. Mayo, 2005).

Finalmente, podemos concluir que la oralidad secundaria mantiene una distancia para con los objetos que actualiza, y también para con los códigos tradicionales de la lengua; pues, al segmentarlos como pasados o futuros, de acuerdo con la lógica mercantil, adquieren los modos de interpretar las formas que la Era Industrial nos ha heredado; y son estas formas, y esos modos, con los que se construyen, desconstruyen y reconstruyen los mundos simbólicos que el hombre contemporáneo habita. Así pues, es importante, en la dimensión analítica, identificar los principios que sustentan tales mundos simbólicos; y es fundamental, en el ámbito político, denunciar las coartadas de esas formas simbólicas para poder así disolver el juego de la simulación,con el que perpetuamos el sistema, que, cada vez más, trastoca el sentido de la experiencia humana.

* Licenciatura en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM); especialización en Artes Liberales (Ateneo Filosófico). Investigadora Titular A T. C. y profesora de asignatura A de la Carrera Ciencias de la Comunicación (FCP y S), en las materias Introducción al estudio del Lenguaje y Teorías del discurso. papg@servidor.unam.mx

BIBLIOGRAFÍA
1. Barthes, Roland. Mitologías. Trad. Héctor Schmucler. 9ª Edición. Colección Teoría. México: Siglo XXI, 1991.
2. Dumoulié, Camille. Nietzche y Artaud. Por una ética de la crueldad. Trad. Stella Mastrángelo. 2ª Edición. Colección Lingüística y Teoría Literaria. México: Siglo XXI, 1996.
3. García Canclini, Néstor. La globalización imaginada. 1ª reimpresión. Colección Estado y Sociedad, No. 76. México: Paidós, 2000.
4. Mattelart, Armand. Historia de la utopía planetaria. De la ciudad profética a la sociedad global. Trad. Gilles Multigner. 2ª Edición. Colección Transiciones No. 22. Barcelona, Buenos Aires, México: Paidós, 2000.
5. Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Trad. Angélica Scherp. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
6. Ricci Bitti, Pio E.; Zani, Bruna. La comunicación como proceso social. Trad. Manuel Arboli. México: Grijalbo S.A. de C.V., 1990.
7. Stevenson, Nick. Culturas mediáticas. Teoría social y comunicación masiva. Trad. Eduardo Sinnot. Edición en castellano. Biblioteca de comunicación, cultura y medios. Argentina: Amorrortu, 1995.
8. Swadesh, Mauricio. El lenguaje y la vida humana. Colección Popular No. 83. México: Fondo de Cultura Económica, 1966.
9. Toffler, Alvin. La tercera Ola. Trad. Adolfo Martín. 9ª Edición. Biblioteca de autor. Barcelona: Plaza y Janés, 2000.

Notas

1. Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Trad. Angélica Scherp. México: Fondo de Cultura Económica, 1987, p.15
2. Ong, Walter. Ob. Cit. p. 20.
* *Mercado simbólico que se deriva de la propia racionalidad mercantil capitalista, la cual ha propiciado la expansión espacial del sistema de intercambio capitalista. Así, este modo de producción encuentra sustento y justificación en la posibilidad de expandir, no sólo el mercado de productos, sino de símbolos que refieran esos productos y propicien su consumo.
3. Toffler, Alvin. La tercera Ola. Trad. Adolfo Martín. 9ª Edición. Biblioteca de autor. Barcelona: Plaza y Janés, 2000. Pág. 50.
4. García Canclini, Néstor. La globalización imaginada. 1ª reimpresión. Colección Estado y Sociedad, No. 76. México: Paidós, 2000. Pág. 47.
5. García Canclini, Néstor. Ob. Cit. p. 63
6. Toffler, Alvin. Ob. Cit. P. 206.
**Este tipo de estrategias para occidentalizar al mundo y legitimar así a la “República mercantil universal” se pueden consultar en Drucker, Peter. Post-Capitalist Society (1993). Asimismo, es importante remitirse al libro Historia de la Utopía Planetaria, de Armand Mattelart, particularmente a las referencias de denuncia frente a la amenaza de ese modelo de integración macrocósmica que, como asienta el autor “...no se dirige sino a la minoría de integrados solventes y aparta a la gran masa de los excluidos del planeta.”(p.433)